Zona de mutación

La ficción me lo prohíbe

Las llamadas auto-partes (el árbol de levas, por ejemplo), son objetos acabados en sí, pero sin razón de ser por sí mismos, en tanto sólo representan una promesa de automóvil.

Algo de esto ocurre con las funciones creativas múltiples que acuden a conformar un hecho teatral. Una obra puede tener su preanuncio en un texto escrito, que aún no puesto en escena, se puede ‘leer’ como literatura, por lo que tal condición, alude a un incumplimiento de promesa. «Escribir no es significar» dice Nancy. En su virtualidad escénica como en su plasmación en la misma, el teatro que tiene de disparador un texto literario, es inoculado de un equívoco insalvable. El texto preanuncia como aquel que cuenta una película. No pocos, enamorados de los preanuncios, se decepcionan con las puestas. La fantasía íntima (intimid-ante) de tales impresiones, carece de la erótica consumada, donde la dialéctica de lo público-privado, territorializa en la frontera háptica de la piel, la pulsión orgiástica primitiva que el acto en su relieve expresa. El relieve, el relieve. El texto como ley deseante, retoriza el destino repeticional de un acto que se reinaugura en el deseo, en una virtualidad autosatisfactoria que sólo se puede fregar en la escena material. Toda compensación imaginaria es del orden de lo subjetivo, de una carencia fenoménica, de una devaluación erótica. Mejor «tocar el cuerpo con lo incorporal del sentido» (otra vez Nancy). Las funciones múltiples hacen a las ideas, a la plástica, al sonido, la música, la luz, el color, las texturas, los materiales, la forma, el diseño, los gestos, las miradas, etc, etc. Y esa mélange debe producir inteligibilidad y pensamiento. La mera intercambiabilidad obnubila y fascina a los propios creadores en su infinitud, olvidados de valores prácticos y eficiencias, es más, creídos que de su alquimia algo nuevo puede salir. Que no se llegue al ‘oro del alma’ no elimina la promesa y la metodología que anidan virtualmente en su seno, que justifican las expediciones empedernidas que no cesan de lanzarse hasta sus inavizorables cumbres. Pocos territorios de incertezas son acometidos con tanta convicción. La mescolanza de los ingredientes habilita, hasta por serendipia, la esperanza de un feliz hallazgo, que en el puro despliegue existenciario del artista, entregará como una confesión, la criptomnesia de lo que a pesar de todo estaba guardado bajo siete llaves en él mismo. Más duro que esto, la certeza de que lo nuevo bien puede pasar a su lado, y por no estar preparado a la captación de sus señales, no advertirlo. No obstante, la cultura humana se las arregla para solventar este nivel de conmoción, amparándose en un falso antropocentrismo, fingiendo que más tarde más temprano, los indicios de la parusía creativa, le harán gritar ¡eureka! La espectatura contumaz, se continúa arreglando con una ‘lectura’. Somos empecinados lectores de lo macro y de lo micro, de lo visible y también de lo invisible. Y a lo sumo la incerteza tarda el tiempo que nos lleva juntar los grumos sonoros hasta dar con la palabra que nombra lo que no estando, hiere. De esas penurias y dolores se alimentan aquellas convicciones. Hay otros desafíos que el de ser respetables crédulos, encomiables ilusos, como el de romper las articulaciones de la sofistería. La hipotiposis de lo que está fuera de escena, operada como infalible ‘deus ex machina’ salvador. Mentiritas piadosas. La sustancia psíquica hilvana recorridos dramáticos entre mojones que apenas son postas incipientes, solventadas con simulaciones historizantes, fabuleantes. La linealidad entre las cavernas pétreas de la nadidad, tranquilizan los espíritus, al socaire de esa no-respuesta. Así, arte puede ser el contenido mismo de esta no-respuesta. Pero ese contenido es un tabú que por si fuera poco, reclama la eticidad de su mentira. La falsa movilidad dramática de sus funcionarios (los que ejecutan sus funciones), simula ampararse en la múltiple enunciación del arte teatral. Las anfractuosidades esquizoidales, dan resguardo a la no-respuesta. Espectacularizar, arrebujar la orla de la propia trampa. Didascalizar la puesta es franquear el paso a una narraturgia que ha depuesto la entereza de clavar el colmillo huesudo del alma, sobre intríngulis que son físicos y que no necesitan del relevo burgués e intangible del explicitador. La ficción no debe resolver lo que no anda. Tampoco el teatro debe caer en el ‘autopartismo’ optimizante de kioscos autoabastecidos. Derivas lúdicas de invidencia. Dar dos pasos a la derecha, uno hacia delante y esculpir en el lugar donde se forman los pensamientos. Es probable que a ese oro del alma deba configurárselo manualmente. Pensar con las manos, es cercano al arrojo inicial, aurático, de la pintura sobre la escena del cuadro (F. Bacon). El desmontaje de la representación no debe someternos al esencialismo de la forma pura, aún a sabiendas que un nuevo punto de partida, es el fuego fatuo que se enseñorea sobre los detritus de la cultura muerta. Desandar el camino hasta los agujeros que Artaud hacía en el papel con su lápiz sin punta. Atravesarlo, cambiar de dimensión. Salir de la eficacia dramática. De los hábiles constructores de tramas.

Al teatro le cuesta sacudirse la inmovilidad que le impone la letra. El teatro que viene de la plástica, vía el performance, se acopla al debate histórico del teatro-acción. No es una alternativa, sino la vena potens de una oposición que ya hicieran estallar las vanguardias al principio del siglo XX, como bien lo refleja la compilación de José A. Sánchez, La Escena Moderna.

El relator disimula lo que no es dramático. La epización como recurso concientizante, reintroduce en lo dramático los vicios de lo narrativo en la escena. La conciencia ‘lectora’ mantiene el vicio de la ‘obra leída’, que no elimina su virtualidad de ‘obra por hacer’, con lo que materializa la a-experiencia fingiéndola como una simpatética experiencia total. Esa parcialidad que no incluye la experiencia de pasar por el cuerpo, sobrevive en el sistema como cultura, manteniendo por eso mismo el aura burguesa de lo sublime, antes que el impacto físico y acontecimental de la experiencia.

El pensamiento en la pantalla interna, ¿es bi-dimensional al ojo mental, como un dibujo, o un gráfico en el papel? ¿Cuántas dimensiones tiene el mundo subjetivo? ¿Cómo hablar de relieves por ejemplo, cuando para connotar internamente lo háptico, hay que evocarlo según la vivencia que se tiene del mundo objetivo?

Hacerlo casual, así los componentes en su cita, no se comprometen con mutuas prevenciones, ni se tiñen del calor unanimizante del encuentro. Una no-escritura del ritual de encuentro. Un pop up insospechado. El relato trata de configurar la escena inatrapable. No es justo. Por eso son justos los valores de lo irrepresentable, donde lo visible es lo inexpresable mismo. La irrepresentabilidad es el ingreso a lo literal matérico, cuya palpación da el volumen de la sensación. El teatro ya gestó escuelas de espectadores, ahora necesita de escuelas de videntes. Puros de espectaturas, que no es otra cosa que su conformación en la lectura. El espectador es un reproductor pasivo de las condiciones de un espectáculo, y un régimen de visibilidad es un régimen político (Ch. Ferrer), donde podrá ser inducido a ver hasta la más cabal ceguera. Por eso, lo irrepresentable contra el espectáculo legitimado e impuesto. Un desplazamiento, un parallax, por el cual cambiar el emplazamiento escópico.


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