El Hurgón

El susto llega a su fin

En columnas anteriores hemos discernido sobre elementos, nunca antes tenidos en cuenta, en la generación de la historia, porque siempre nos han hecho creer que la historia es un asunto de iniciados, y por eso nunca se habla de los aspectos humanos que inciden en su construcción.

Hoy hablaremos del susto, porque dadas las imprevistas reacciones que produce en las personas, que son las que hacen la historia, eso no se nos olvide, puede ser considerado como un potente combustible para apurar la marcha de un proceso; pero, también lo hemos tomado como tema, porque tenemos fundadas sospechas de que las nuevas y rápidas formas de hacer la historia, excluyen cada vez más componentes humanos, por lo cual nos atrevemos a vaticinar que el susto, como elemento importante en la generación de historia, está llegando a su fin.

No hay momento de la historia de la humanidad en que el susto, ante situaciones de cambio, haya estado ausente, porque el cambio, como todo lo desconocido, causa inquietud, y además crea situaciones incomodas como la de obligar al individuo a ajustarse a nuevas prácticas, a repetir aprendizajes y a crear condiciones para asumir una nueva vida.

El susto despierta sentimiento de inseguridad, cuando se origina en una sugerencia de inestabilidad de las cosas a las cuales estamos habituados, y su intensidad depende del grado de comodidad que nos da lo habitual, y los intereses que tenemos en ello. Por eso el susto origina descontrol en las relaciones sociales, y cuando llega a ser muy grande, desencadena guerras.

El susto genera, a quienes lo padecen, diversas e insospechadas manifestaciones, que van desde la palidez, que refleja un sentimiento de soledad, y de incapacidad para enfrentar a quien quiere cambiarles algo, hasta el sonrojo extremo, combinado con ira, que aparece en el rostro de quien no solo ama sus hábitos, sino que se considera con derecho de convertirlos en una doctrina a su servicio, y está resuelto a hacer hasta lo imposible para evitar que se los cambien.

El susto es algo que va cambiando de estado a medida que quien es víctima del mismo va haciendo cuentas de hasta dónde puede llegar aquello que lo ha provocado, es decir, que se va domando, si se considera que el hecho que lo motivó no pasó de generar un simple susto; y aumenta, hasta el desespero, cuando su origen acusa un cambio radical irremediable.

Quienes son objeto del susto con desespero, sienten pronto la necesidad de emprender una cruzada para eliminar los elementos que lo están generando, crean doctrina para alimentar las emociones de quienes se involucran en dicha cruzada, se vuelven obsesivos, y por eso terminan viendo en sus semejantes, y en ocasiones hasta en sus más íntimos, aliados de las causas que los están asustando, y por eso crean códigos de comportamiento para controlar a los demás, y aquél que tenga la desgracia de poseer el más mínimo parecido con el origen del susto, se convierte en objeto de persecución perpetua del asustado.

Debido a que el susto históricamente ha sido un obstáculo para el desarrollo humano, y a que la contemporaneidad requiere, para la consolidación de sus políticas de globalización un camino más fluido, las formas actuales de interacción se han dedicado a crear las condiciones para restarle fuerza al susto, y hacer que la historia fluya sin sobresaltos, creando, a través de las redes sociales sensaciones de igualdad, confraternidad, solidaridad y unidad de pensamiento

Si observamos con atención el acontecer cotidiano, nos daremos cuenta de que el susto, como elemento que ejerce influencia en un proceso histórico, es cada vez menos eficiente, porque los cambios actuales tienen la tendencia a producirse durante períodos imperceptibles, y además, muchos de ellos se realizan mientras todos dormimos, porque la historia, como la tecnología, ha creado su propia dinámica automática de desarrollo.

Es por eso que concluimos afirmando que, el susto, como elemento importante en la generación de la historia, está llegando a su fin.


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