Incendiaria en combustión

Teatro sin cabeza

«Cada vez que aparezca el teatro, arránquenle la cabeza», repetía la directora no en un raptus de violencia sino con la enérgica vehemencia de quien cree firmemente en algo. Era una llamada de atención al ser consciente, al control sobre aquello que hacemos, a huir de la inspiración alienada que puede conducir a la sobreactuación. Tomar distancia para ver mejor, apartarse del mundo para verlo más de cerca y comprenderlo.

El director griego Yorgos Lanthimos –uno de los más singulares del momento- declaraba al ser preguntado por el estilo artificial de sus actores en su última película: «Cuando veo actores que intentan provocar sentimientos y situaciones no me siento cómodo. Hay algunos que son magníficos y pueden hacerlo, pero forman parte de una impostura. Intento mantener la actuación lo más simple posible y no quiero que nadie piense que eso es realista. No hace falta que ese personaje esté llorando para comunicar la emoción. Se trata de construir cada elemento de una manera emocionalmente convincente, sin falta de demostrar emoción».

«Alps», el último trabajo de Lanthimos después de la memorable «Kynodontas» es la historia de una compañía de teatro formada por una enfermera, un conductor de ambulancia, una gimnasta y un entrenador que se especializa en sustituir a personas fallecidas. Suplantar realidades e interpretar otros roles es entonces un trabajo que revela un universo infeliz y enfermo lleno de carencias y necesidades en el que la cuestión de la autoridad vuelve a hacer acto de presencia en la temática del creador griego. Así, en ese juego de meta-teatralidades y de meta-realidades que propone «Alps», destaca una interpretación a caballo entre lo aséptico y lo distanciado que no solo se debe a la ejecución de los actores sino a la composición que desarrolla el director.

La esencial presentación de acontecimientos en favor de la historia, el extrañamiento en la preparación de los ensayos, el repaso mecánico de las escenas encargadas por los clientes que se mantiene igual de mecánica en su realización… Todo ello, ofrece como resultado un artificio que mantiene en una tensión distanciada al espectador, quien recoge la propuesta sin identificarse con el personaje pero analizando la problemática existencia de ser humano.

De esta forma, el espectador conserva la cabeza viendo como los personajes transitan de un rol a otro y asiste consciente a los grandes retos de su propia vida en sociedad como pueden ser la construcción de la identidad o la subversión a la autoridad. Todo ello, gracias a una especie de teatro sin cabeza en plena convención consciente.


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