Los grandes mitos del Barroco regresan a la 35ª edición del Festival de Almagro
La 35ª edición del Festival de Almagro nos permitirá reencontrarnos con algunos de los grandes mitos de nuestra cultura: El Quijote y su amor platónico, Dulcinea, Don Juan y La Celestina. La fecundidad creativa del Barroco nos dejó grandes personajes enmarcados en obras maestras de nuestra literatura. Personajes que en muchos casos han trascendido en mitos presentándose como auténticos arquetipos de un hacer.
Yo soy Don Quijote de la Mancha
Sucede así con el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. El gran personaje de Miguel de Cervantes, antihéroe, loco «porque se le secó la sesera», fracasado y entrañable, regido por el idealismo, la fantasía y la bondad sale de las páginas y aterriza en Almagro en esta 35ª edición. Protagonizado por José Sacristán, el espectáculo Yo soy Don Quijote de la Mancha, estreno absoluto en el Festival de Almagro bajo la dirección de Luis Bermejo, es un nuevo intento de mostrar a esta figura universal en toda su esencia. «Ninguna invención del ser humano es tan importante como ésta: habernos dado cuenta de que podemos hacer el bien, de que podemos vivir sin hacer daño a otros», destaca el dramaturgo José Ramón Fernández. Hermoso viaje por la Mancha de la mano del noble hidalgo Alonso Quijano, en cuyo ideario todavía prevalecen palabras como la lealtad, la justicia y el amor verdadero.
El lamento de Dulcinea
La misma novela de Cervantes, que en 2005 cumplió 400 años de su primera edición, nos ha dejado el legado de otro personaje cristalizado en mito: el de Ducinea del Toboso. La autora neoyorkina Dulcinea Langfelder, que presentará la propuesta El Lamento de Dulcinea, no pudo resistirse a interpretar a esta mujer, musa y dama tan legendaria como el mismo Don Quijote de la Mancha, emblema de la época caballeresca y el amor cortés. Cuando la propia autora comienza a contar la historia de Dulcinea del Toboso es, de repente, poseída por el personaje, que se empeña en contar su propia versión de la historia, descubriendo cómo Don Quijote la había imaginado y lo poco que le gusta esa visión de sí misma. Comienza así su meditación acerca de cómo la humanidad, en general, ha imaginado a la mujer a través de las distintas civilizaciones y épocas.
Invertidos aquí los roles protagonistas, Don Quijote se convierte en la musa de Dulcinea, en el personaje secundario. El espíritu del caballero andante, personificado en una marioneta a tamaño real, aguarda desde las cortinas del escenario como una presencia constante que devuelve a Dulcinea a sí misma, a sus reflexiones: ¿Como pasó de idolatrada a prohibida la sexualidad de la mujer? ¿Como forjó la religión nuestra historia?. En la obra, se nos brinda la oportunidad de adoptar la visión de aquellos, y sobre todo de aquellas, que apenas sobrevivieron a la historia escrita, en un homenaje a todos los invisibles y olvidados, que hubieran podido influir de un modo muy distinto sobre el comportamiento humano.
El arte de Dulcinea Langfelder fusiona el absurdo con lo mágico y lo poético, haciéndonos sentir una increíble empatía por la vulnerabilidad de la gente corriente. Dulcinea está en constante búsqueda de equilibrio entre lo concreto y lo abstracto, lo banal y lo lírico para confrontar y aceptar la tragicómica realidad de la condición humana.
Don Juan
Don Juan es sin duda uno de los grandes mitos de la literatura universal y prototipo del libertino impertinente que cree en la justicia divina. Pero el Don Juan de Moliére no sólo roza los límites de la más cínica arrogancia, sino que también muestra un personaje de gran escepticismo religioso. La compañía francesa Aigle de Sable nos presenta un mito que será menos el seductor sin medida que colecciona damiselas y más el hombre encolerizado que se revuelve. Y aunque su temática podría parecer siniestra, la genialidad de Moliere saca de ella toda su potencialidad cómica. Esta propuesta rinde pues homenaje a su autor, hombre de teatro y autor imprescindible, que adopta una mirada divertida y sin complacencia alguna sobre la vida y el disfrute, rompiendo las normas establecidas en el momento.
En esta propuesta, la convivencia entre actores y marionetas rompe con la austeridad y el realismo para introducir una nueva imagen más contemplativa y cómica. Los interludios musicales entre actos con cantos polifónicos de los siglos XVI y XVII actúan como voces del más allá que vienen a reforzar la espiritualidad del texto.
La compañía Aigle de Sable defiende un teatro popular y exigente, con un repertorio de autores clásicos con el que buscan transmitir la herencia de una riqueza que corre el riesgo de perderse.
Celestina. La tragicomedia
De una gran profundidad psicológica, La Celestina establece los parámetros para la aparición de uno de los mitos más importantes de la cultura española: pintoresca alcahueta, avara, sabia y hedonista que arregla amores entre jóvenes usando todo tipo de hechizos y brujería, provocando un irremediable y trágico desenlace.
La compañía Atalaya, buscando la esencia del texto, nos propone una adaptación que combina varios lenguajes. Esta Celestina, sin el artículo y con el apellido de La Tragicomedia, posee un parentesco muy claro con el grotesco y cruel de su montaje más prolífico, Divinas Palabras, pero también nos sugiere el expresionismo más inquietante y el teatro de la crueldad de Artaud. Tampoco faltan unas pinceladas del lenguaje onírico que asimilaron del Lorca más surrealista.
Para Ricardo Iniesta, responsable de la versión y la dirección, La Celestina posee una riqueza de imágenes única en la literatura dramática de todos los tiempos, así como un ritmo vertiginoso, a pesar de no estar escrita en verso. Todo ello sin olvidar que la temática que aborda nunca ha dejado de resultar actual: crítica a los valores burgueses, los roles de género establecidos, el individualismo o la abyección que genera la obsesión por el dinero.