Críticas de espectáculos

Mi sobrino el concejal / Sube al escenario

Hilarante comedia sobre la corrupción inmobiliaria

Para quienes conocemos la polifacética labor teatral en la región extremeña -iniciada hace dos décadas- de Concha Rodríguez, donde ha destacando como actriz y como dramaturga, no nos ha sorprendido la buena acogida y aplausos encendidos del público madrileño a su comedia social «Mi sobrino el concejal», estrenada este fin de semana en el Teatro Gran Vía de Madrid por la compañía Sube al Escenario, del grupo Smedia.

La obra, que fue escrita en 2005 y representada con encarecimiento -por la compañía La Estampa Teatro y un elenco de buenos actores extremeños, dirigidos por José Antonio Ortega- en el XXVIII Festival Internacional de Teatro y Danza Contemporáneos de Badajoz, con su titulo original «Hoy viene a cenar mi sobrino el concejal», es una hilarante comedia, tramada con gran vitalidad en situaciones y personajes -sorprendentes en muchos momentos por su clima de humor grotesco y desorbitado en la línea del mejor teatro de Mihura o Ionesco-, que analiza críticamente los personalísimos defectos de individuos en una sociedad corrupta que se empeña en imponer sus criterios amorales incluso a los políticos más dignos.

La comedia, de estructura teatral perfecta, que para esta ocasión ha sido actualizada con alusiones a las grandes corrupciones inmobiliarias sucedidas en la vida política de nuestro país, cuenta la historia de un joven edil invitado a cenar a casa de unos parientes, que quieren seducirle -por las buenas o por las malas- para que les consiga favores en el Municipio (la firma de unas recalificaciones de terrenos y el empleo de un ingeniero parado, primo del concejal). Está planteada ingeniosamente bajo un prisma netamente irónico de los entresijos que rodean a los políticos en su realidad cotidiana, reflejando a través de un diálogo exasperado (o sistemáticamente deformado, como diría Valle Inclán) el comportamiento de ciudadanos inmorales que quieren aprovecharse del concejal, que en este caso es un político que no quiere venderse a ningún precio. La validez del texto hay que verla también en el substrato de la vida de los cuatro personajes de la obra, muy bien trazados desde el punto de vista psicológico.

La puesta en escena ha sido compartida por Concha Rodríguez y Esteve Ferrer. La primera, depura la línea del anterior montaje con el dominio del lenguaje y del tiempo dramático, consiguiendo un espectáculo fresco, lleno de humor. El segundo, logra poner el punto a la i a lo anterior dotando a unos actores televisivos de precisos recursos artísticos –sobre todo en la expresión gestual- para provocar en los espectadores la sonrisa, la risa y la carcajada de forma infalible.

Los actores consiguen en su conjunto un trabajo humorístico de signo interesante, que gana verdad a medida que avanza la representación. Berta Ojea (Ernesti) que hace de «tita» hipócrita del edil derrocha talento cómico en todas y cada una de las situaciones, dominando el gesto y la intencionalidad en los «gags» silenciosos, que rayan aquí a gran altura. Chema del Barco (José), encarna al «tito», un empresario cegado por la ambición. Maneja bien el espacio escénico glosando su ansiedad creciente por conseguir rápido sus fines económicos, con matices bien detallados en ese juego de contrapunto -de apariencia absurda y de inverosimilitud- que producen el humor amargo y la risa. Víctor Sevilla (Marcos), que hace de hijo enajenado de los anteriores, provoca mucho vínculo cómico sobre los demás personajes, sobre todo cuando en un «brote de locura» pone con una pistola patas arriba la casa. Y Fede Rey (Nicolás), interpretando con convicción al concejal en cuestión, al que sus familiares le hacen todo tipo de bribonadas, que aunque contrasta la parte más seria, logra su rol de forma sensacional, dando réplica a los demás comensales con gestos de una mímica facial espléndida.

José Manuel Villafaina


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