Otras escenas

Bailando

Íbamos mal de tiempo. Cenamos cerca del Liceo en quince minutos: bocadillo y refresco. También tomamos café, la velada se presentaba muy intensa.

Salimos pitando hacia la Plaça de les Drassanes, de dónde salía el transporte para el Sónar de noche. Durante el trayecto, nos preguntaron hasta cinco veces por la ubicación de dicho autobús. Y las cinco veces en inglés. Las ramblas estaban llenas de jóvenes de medio mundo. El ambiente era increíble.

En Colón conocimos a un chico y a una chica, treintañeros, él de California y ella de Toronto, muy divertidos. Se habían conocido en el Sónar de día. El festival les había llevado a Barcelona.

Una vez en Drassanes, y al ver las largas colas de público esperando los autobuses, decidimos compartir un taxi. El viaje hasta L’Hospitalet fue un repaso por la programación de esa noche, nuestras preferencias musicales, festivales y otras citas culturales veraniegas.

Una vez en el Polígon Pedrosa, la entrada fue rápida, cómoda. Superado el acceso principal, una sonrisa incontinente dispuesta a quedarse toda la noche se alojó en nuestras caras. Aquello había empezado, estábamos dentro y parecíamos adolescentes.

Habíamos quedado en la barra del SónarClub con unos amigos. Nos encontramos fácilmente. En cambio, perdimos a nuestros colegas extranjeros al poco rato.

Nuestro particular maratón empezó con el último trabajo de Amon Tobin, ISAM Live, una de las propuestas más experimentales de la noche. Una experiencia entre la performance y la instalación, un diálogo entre música y las artes visuales, con una escultura enorme presidiendo el escenario desde la que el artista conducía una asombrosa puesta en escena.

Siguió Lana del Rey, la diva vintage. Fue sin duda la actuación con más morbo. También la que más cámaras fotográficas levantó por encima de nuestras cabezas. Allí éramos todos fans y estábamos dispuestos a perdonarlo todo, incluso algún esperado gallo que muchos conocíamos de su sonada actuación en el programa de televisión americano Saturday night live. La verdad es que la sobriedad de la escenificación y la calidad vocal de la artista sorprendieron a casi todos. No obstante, creo que la frase de mi amiga Natalia resumió muy bien la actuación de la joven estrella americana: ‘Es tan artista que el escenario la abruma’.

Después de cincuenta minutos escasos de ensoñación y melancolía, nos fuimos un rato a los autos de choque instalados entre el SónarLab y el SónarPub. ¡Autos de choque! Y después a tomarnos unas cervezas. Y a contarnos un poco la vida entre los que hacía tiempo que no nos veíamos y aquella noche nos habíamos reencontrado.

De vuelta al SónarPub, los ingleses Friendly Fires se entregaron al máximo en una actuación más que enérgica. Bailamos mucho, muchísimo. Se nos pasó el concierto bailando. La imagen nos devolvía bastantes años atrás. De hecho éramos muchos los que estábamos viajando en el tiempo aquella noche.

Más tarde, durante la actuación de Fatboy Slim, recuperamos a los amigos americanos. Nos intercambiamos el contacto en Facebook y continuamos bailando un rato más. Fue el mejor momento de la noche. La mejor actuación, un fin de fiesta perfecto.

Era casi de día cuando nos dirigimos a los Ferrocarrils para volver al centro. Las calles volvían a estar tomadas por jóvenes de medio mundo. Algunos estaban más perjudicados que otros pero el buen ambiente continuaba. Barcelona amanecía bajo una luz asombrosa y el festival acababa solamente de cruzar su ecuador. El sábado estaba empezando.


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