El Hurgón

Territorio y gestión cultural

Si consideramos a la gestión cultural como una actividad cuyo principio y fin es el número, creemos oportuno hablar de las condiciones que quienes la hacen, deben tener en cuenta para cumplir sus objetivos, y por eso hablaremos en esta ocasión del territorio, por ser éste parte fundamental en un proceso de gestión cultural, no solo por la identidad geográfica que da a la misma, sino por los recursos que pueda aportar para su desarrollo.

El territorio puede ser de condición alta, media y baja, dependiendo de su número de habitantes, del cual se desprende su desarrollo económico y su relación de poder con otros territorios, por lo que encontramos territorios grandes, medianos y pequeños, compitiendo entre sí, de acuerdo con la clasificación mencionada, y a partir de la cual podemos deducir que cualquier gestión tendrá una consecuencia diferencial, dependiendo del territorio elegido para hacerla.

Podemos predecir, en consecuencia, el desarrollo de una importante gestión cultural, con mucha notoriedad social, en un territorio en donde la población es abundante, y en el que por lo general se encuentran reunidos todos los sectores del poder central de un país.

También podemos aventurarnos a pronosticar una gestión cultural, con resultados de nivel medio, en un territorio de estas proporciones. Sin embargo, vale la pena aclarar que en éste se malgastan muchas energías, debido a la tácita competencia que mantiene con el gran territorio, por la realización de una gestión cultural capaz de provocar mucho ruido, porque éste ayuda a promover la noción de cantidad, que es, como ya lo hemos dicho, un gran determinante para calificar el resultado de una gestión cultural, lo cual hace en muchas ocasiones que la llevada a cabo en los territorios de proporciones medias sea una caricatura de la gestión cultural desarrollada en los territorios grandes.

Podemos también anticiparnos a sugerir, con base en lo antes dicho, que la competencia entre los territorios medio y alto hace que en aquellos territorios en donde es poca la población, y en consecuencia deficiente la productividad de bienes materiales, la gestión cultural sea solo una expectativa, cuyo cumplimiento depende de si quedan residuos presupuestales, después de atender las descomunales exigencias de los territorios de nivel alto y medio.

Por otra parte, en la generalidad de los casos, la gestión cultural realizada con la participación de aportes del estado no solo libra una lucha por lo económico, sino que también lo hace por lo político, pues debido a que el sector cultural ya está patentado por el estado, y posee planta administrativa y presupuesto autónomo, se ha convertido en un nuevo espacio de forcejeo entre quienes detentan poder político y deciden sobre la ocupación de los cargos burocráticos y la destinación de los recursos.

La política es, en consecuencia, otro elemento que debe tener en cuenta quien está decidido a hacer gestión cultural, porque su influencia se encuentra ligada a la proporción del territorio, de lo cual podemos inferir una gestión con mayores posibilidades económicas en los territorios de nivel alto, porque es en ellos en donde, por lo general, permanece asentada la estructura de poder político bajo cuya competencia está la toma de decisiones.

Pero, existe, además, otro ingrediente relacionado con el territorio, y del cual no puede prescindir un gestor cultural, y es el aporte privado, condicionado siempre a la imagen corporativa que pueda ofrecerle una gestión cultural, y sabemos muy bien que la imagen corporativa es mayor donde hay más número de personas.

Vista la gestión cultural desde el punto de vista del territorio, preguntamos: ¿será posible que la gestión cultural, tal como se entiende, sea un mecanismo idóneo para llevar el desarrollo cultural hasta los niveles más precarios de la sociedad?


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