Zona de mutación

Koré o la belleza raptada

‘Koré’, en griego es la niña raptada, desaparecida. Podría asimilárselo a la angustia etaria de la vieja mujer que se sueña joven y se busca en la vigilia a través del cuerpo inasible de lo que ya no es. La vieja griega en el mégaron sin lograr atarse a una sensación ‘mujer’ que la concrete. Como bien explica Silvio Mattoni, el excelente poeta y ensayista cordobés, koré, además de la mujer raptada, atraída por la muerte con distintas estratagemas, debe computar otras acepciones, entre ellas la de ‘muñeca’ o la de las estatuillas que se ponían sobre las tumbas de las jóvenes que morían sin hijos.

La belleza que un día se fue, así como Ifigenia escapó de repente a la mirada de su madre Clitemestra, enfrenta el destino de las razones superiores. Así el arte extravía su razón de ser, vaciado por la noche que sustrae a la belleza y pone a sus incondicionales a vivir de sus efluvios virtuales y ya no de su presencia. Aunque la pregunta sobre dónde está, inundará los sueños de violencia y venganza, reemplazando a los dolores de la vigilia.

La pérdida de la gracia compele a la materia a quedar reducida a su grosera aridez, al non plus ultra que separa la capacidad de trasponer las cosas. No se puede nombrar lo inefable, cuando el cuerpo desalmado sólo puede croar con el sordo traquetear de su materia bruta.

Rafael Alberti en El Adefesio, confinaba a la belleza (Altea) en una torre holderliniana, custodiada por la fealdad moral de sus horribles tías. La huella queda en el aire como la promesa de lo que no es. Y no extraña que surja una escritura que no se hace cargo de su penúltimo silencio, del misterio de lo inaccesible, donde a una muerte siempre sigue una muerte ulterior. Y según Mattoni, la escenificación del duelo es repetición de una ausencia en la memoria del que escribe.

La gravedad del alma no da con su excepción, la gracia. El poeta inventa, reza en lo imponderable, pero al no poder sortear lo que ya sabe de sí como lo que espera del otro, sucumbe.

La estela de la niña raptada deja el dolor parturiento de la búsqueda en lo imposible o el pesado duelo de pugnar en el vacío. Caer bajo los efectos de lo utilitario, corrompe el pensamiento que inventa en el vacío, y es capaz de hilar en el espacio de ausencia por mérito de saber desenvolverse en lo incognoscible. La guerra es en la línea vertical de lo bajo y lo elevado, del cielo y el infierno. La línea del poeta. Donde la liberación es la compensación del rapto. La belleza existe pero no es gratuita, sin dolores ni sufrimientos.

Simone Weil describe cómo la energía es más fuerte si el motivo es bajo (la gente es capaz de estar parada horas para obtener un huevo, pero difícilmente lo hiciera para salvar una vida), porque el sufrimiento es más difícil de soportar por un motivo elevado que por un motivo bajo. La virtud práctica, si el móvil es bajo, supera el móvil elevado. Luego el quid es preguntarnos como transportar esa energía a los fines elevados.

La erótica abyecta de lo bajo puede devenir un fin en sí mismo. Así, la gravidez de gravedad en ese vacío desafiante, no es más que el exceso de banalidad.

La belleza existe pero no está. Fue raptada y engrillada a una roca que cae a los abismos avernales. Destino de poeta. Guerra vertical.

Cuál es la capacidad que libera, que se manifiesta en el reino de la necesidad, donde los imperativos son bajos. Cuál es esa capacidad de lo elevado, capaz de neutralizar.

La niña raptada no se reencuentra igual a lo que era. No se encuentra, se redescubre como signo de otra cosa. Ya no es lo que era. Ha cambiado. Se lloró por lo que no es ahora. El consuelo es captar el don de cambio.


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