Mirando el retrovisor: el Group Theatre
Últimamente el crack del 29 y la consiguiente Gran Depresión estadounidense salen con frecuencia a la palestra, pues la crisis actual parece un rebrote contemporáneo de aquella. Según cuentan, las burbujas especulativas en ambas recesiones guardan similitudes que confirman que la historia tiende a copiarse con escasas variaciones.
Puestos a comparar, hay quien dice –tirando de sarcasmo– que la única diferencia entre la crisis del 1929 y la actual es la siguiente: mientras en la primera los altos directivos en quiebra se tiraron por la ventana, en la segunda los altos directivos en quiebra han tirado la casa por la ventana gracias a las suculentas indemnizaciones que han cobrado tras ser despedidos.
En cualquier caso, la comparación en términos socio-económicos puede también conducir a los lectores de esta columna a otra gran depresión. Como no es nuestro deseo, miraremos al retrovisor de la historia con la intención opuesta. Y es que resulta que analizando ámbito teatral de la década de los 30 en los Estados Unidos, hallamos uno de los grupos más influyentes del siglo, el Group Theatre. Gracias a este grupo, heredero forzoso de la crisis del 29, la historia del teatro norteamericano tomó un nuevo y revolucionario rumbo. Necesitados como estamos de estímulos refrescantes, allá vamos con la historia.
Todo comenzó con la amistad entre dos personas que hoy se les recuerda como acérrimos enemigos, Harold Clurman y Lee Strasberg. Era mediados de los 20, la burbuja aún no había explotado y los escenarios estaban plagados de producciones comerciales cuya meca era Broadway. Dinero y fama aparecían en el horizonte guiando la carrera de los actores, que saltaban de un proyecto a otro buscando el mejor escaparate que llenase sus bolsillos. Sigilosamente, sin embargo, la respuesta a esta concepción comercial e individualista de la escena comenzaba a tomar forma. A finales de los años diez Copeau había visitado Estados Unidos y su legado, basado en el carácter sacro y colectivo de la creación, agitó profundamente las mentes más rebeldes de la escena norteamericana. Pocos años después llegó Stanislavski y convirtió aquella primera agitación de Copeau en un movimiento de amplio calado que habría de reformar por completo la escena del país. Precisamente, en la compañía que formaron dos discípulos de Stanislavski (Richard Boleslavsky y Maria Ouspenskaia) se conocieron Harold Clurman y Lee Strasberg.
Entonces estalló el crack del 29. La pobreza y la desgracia se instaló con la rapidez con la que se baja una persiana y la vía del estrellato que marcaba Broadway se convirtió en un sueño inalcanzable. Con la lava del volcán financiero aún caliente, se juntaron Clurman, Strasberg y una mujer con mano izquierda para la producción, Cheryl Crawford. Reunieron a veintiocho actores y bajo su dirección, sin salario que ofrecer, trabajaron un verano entero dos obras que estrenarían en Nueva York. Así surgió el Group Theatre.
El grupo se asentó en la convicción de que el trabajo colectivo en un espacio donde poder compartir y desarrollar un lenguaje común, era la mejor opción para promover un teatro de arte frente al teatro de comercio precedente. Sobre tales cimientos, investigaron profusamente el legado de Stanislavski , al tiempo que crearon unas puestas en escena social y políticamente comprometidas. Uno de los momentos culminantes de su trayectoria fue quizá el estreno de “Waiting for Lefty” [Esperando al Zurdo], escrita por Clifford Odets y en la que participó Elia Kazan como actor. La obra, estructurada en fragmentos, plantea la crónica de unos trabajadores que finalmente, tras el anuncio del asesinato de su líder, deciden ir a la huelga. Cuentan que en el estreno, al final de la obra los 1400 espectadores gritaron “¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!” al unísono con los actores. Aunque el tiempo seguro que ha inflado la leyenda, aquello debió ser un hito para una sociedad que recibía aletargada las dentelladas de la recesión económica.
En la actualidad al Group Theatre se le recuerda por la fama que posteriormente alcanzaron muchos de sus miembros, y por las disputas que mantuvieron entre ellos entorno a los métodos de interpretación. Lejos de esas disquisiciones que con frecuencia suenan a anécdota de vecindario, su legado permanece como un gran ejemplo que demuestra que en circunstancias económicamente adversas es posible cultivar un teatro ética y estéticamente comprometido.
Posdata. En 1932, cuando el final de la crisis aún estaba lejos, los juegos olímpicos se celebraron en Estados Unidos y la selección norteamericana se consagró como la gran potencia deportiva mundial. No hay evidencias de que tal éxito en las canchas aligerase en nada la situación socioeconómica del país.