Justo detrás de ti
Odin Teatret. Junio de 2012. Madrid.
Liturgia teatral.
Presentan estos gigantes de la supervivencia grupal La Vida Crónica.
Has tenido suerte. La última entrada era para ti.
Ahora baila suspendida en tu bolsillo derecho del pantalón.
Entras, pasas, te acomodan.
Segundo asiento del primer banco empezando por la izquierda.
Las bancadas se empiezan a llenar, por delante y por detrás, tris tras.
El espectáculo no ha empezado,
pero sí, pero no, pero sí:
ya estamos en pleno preámbulo.
Murmullos ajenos, respetuosos y densos aliñan el caldo ambiental.
Dos señoras [acompañadas de los respectivos]
SE COLOCAN JUSTAMENTE TRAS DE TI
para colmar el aire con voces fuertes, sonsonetes estridentes.
Cortan el aire como cuchillos mal afilados.
Ni forma ni fondo: Hablan de peluquerías.
Son una perfecta grosería.
Alucinas. Sonríes ante la banalización más absoluta.
Esta gente lleva sobrados años en esto.
Con una estética única, sus naipes de cartas,
la baraja del Tarot, las monedas al aire y el tintineo por los suelos.
Iben y sus 70 años, una Kali con las manitas de madera del Odin, presentes en sus espectáculos desde que empezó todo.
Jan Ferslev y Tage. Roberta y la Varley.
Historia viva.
Surcos de la piel en los labios de los pies de estos actores y actrices que hablan.
Kai Bredholt es una viuda vasca.
Torgeir Wethal ha muerto durante los ensayos.
Preparaba un personaje que ensayaba mil formas de morirse.
Como un suicida sin vocación, si el señor Sabina me lo permite.
Su viuda recoge parte de su trabajo y lo lleva a escena cada vez que tiene lugar
La Vida Crónica:
La cabeza rubia de un ama de casa rumana en una bolsa de plástico.
Acaba el show con risas lejanas tras una puerta.
Aplausos.
Los personajes abandonan el espacio. Los actores no vuelven a saludar.
Algunos espectadores se resisten a levantarse, como si no quisieran aceptar que la historia ha acabado.
En cambio, las dos señoras de atrás lo tienen claro.
Aunque sus voces hayan bajado algún que otro decibelio,
[probablemente, gracias a la Virgen Negra que puebla el espectáculo]
estas dos, sin despeinarse, lanzan el dardo final
que rompa la estela densa que dejó la vivencia:
«La buena era la joven, ¿verdad?»
¿QUEEEEEE?
Te sonríes con sorna por dentro moviendo la cabeza con incredulidad.
No puede ser.
No has podido oír lo que has oído, después de haber visto lo que acabas de ver.
[Y eso que la Sofía Monsalve, «la joven» hace un trabajazo.]
Pues así es la vida después de la Vida Crónica:
Aún hay que oír a estas dos señoras cuchichear
y dar por sentado que la joven era
la buena.
¿La buena de qué, vamos a ver?
¿La buena persona?
¿La buena hija pródiga?
¿La tía buena?
En fin.
Dos cosas que decir sobre el comentario final de las dos espectadoras que te han tocado detrás:
(1)
Gruesa piel te tiene que envolver para tener en frente durante más de hora y media a 6 monstruos de la escena como los míticos actores y actrices del Odin Teatret y preguntarte que quién de ellos es «el bueno o la buena».
Eso es no haber percibido nada de la trayectoria profesional y ética que emana de los trabajos que presenta este referente escénico.
Y…
(2)
Basta ya de jerarquizar, clasificar y catalogar en buenos y malos, primeros y segundos, mejores y peores, victimas y verdugos, triunfadores y perdedores, liebres y tortugas.
Tenemos un cerebro que utilizamos mal.
Somos presos de estructuras simplonas y maniqueas que nos están haciendo mucho daño y que nos impiden ver la absoluta belleza de la vida en toda su dimensión.
Postdata:
[Cuanto daño hizo el anuncio de Ariel]
Si, si, aquel de: Busque, compare y si encuentra algo mejor…
¡Cómprelo!