Zona de mutación

Una nueva infinitud

Cómo hace el teatro para sostener su infinitud, para no quedar bajo el techo de ser un arte previsible. Frente a las instrumentalizaciones el desafío es encontrar una nueva intemperie, ese sin-sentido inhóspito y desolado, despatriarse a lo ilimitado. Cuáles son las garantías que ofrece el teatro como superficie de plasmación de fantasías y reflexiones o como mecanismo de innovación constante. La heurística transgresora apunta a los medios que conforman el soporte cultural del teatro, como diciendo: lo entretenido de renovar al teatro se basa en el deseo ficcional por cambiar sus medios, pero la verdad que estos tienen un valor de archivo fuerte, en tanto que como arte milenaria también pasa por ostentar su verdad a partir del a veces intenso reciclaje de lo que constituyen las formas de su origen. El teatro debe ser el de siempre o circular por las autopistas de lo que pretenden cambiarlo, porque así se aseguraría su actualización y adecuación perceptiva a las nuevas realidades. Por este camino lo que fue natural de sí, como la corporeidad, el efecto de la presencia, puede bien trasladarse a los mecanismos subjetivantes que más que como presencia pueden consumarse como sensación interna. La fisicalidad del fenómeno teatro podría bien suplantarse por un ‘teatro del alma’ donde las cosas se equipararan al funcionamiento de la fantasía. Cualquiera de las artes, sustentadas en el poder mediológico de sus materiales, contando con que los mismos disparaban las barreras de lo que se ve de lo que no se ve, puede encontrar en el andamiaje subjetivante, aperceptivo, los elementos justificativos de una virtualidad invisible, pero no menos representacional si se cuenta el impacto de la pantalla interna para desatar la sensación y con ella la representación. El no ver acosa el poder mostrativo de la presencia física. En una palabra, no hace falta ser espectador para desatar internamente todo el bagaje de un ‘teatrito del alma’ que va adosado al propio psiquismo de cualquiera que se precie como humano. La creciente impresión ridícula sobre lo obvio, que puede resultar a esta altura el juego teatral en el emplazamiento simplista de sus convenciones, conducente a que algunos feligreses algo ovejunos a hacer votos fanáticos por el ‘basta que alguien se lo crea para que dicho juego dramático se justifique’, no escamotea con ello lo pobre que resulta como argumento legitimador.

El hombre en el desarrollo de sus potencialidades, al exceder los cuadros psicológicos y preceptuales dictados por ciertas condiciones contextuales, conservarían las normas y cánones del teatro tradicional para conformar lo que sería la infancia y adolescencia perceptiva de la humanidad, haciendo notar que la nueva ciencia representacional incluye el desmontaje y la deconstrucción de todo aquello que se levanta ante los límites perceptivos del humano, como un límite a sus visiones y al desarrollo de sus aptitudes. La materia representacional guarda in pectore la sospecha del reverso de una antimateria simétrica, en donde está contenido el acervo completo de sus nuevas posibilidades. El antropologador que la emprende con el misterio como un develador, sale de las seguridades de lo que sabe para atreverse a mirar ‘afuera’. Basta una audacia, un viajero que se despega de la tierra conocida, para que el desafío experiencial con los límites, tenga su anclaje. De esta forma ‘la barra’ que separa lo que se ve de lo que no se ve, se traslada a otras codificaciones que tienen que ver con el quedarse o atreverse. Es un desafío a las propiedades ancestrales del teatro como arte contemplativa. No hay duda que sus nuevas andanzas lo colocan ante la ruptura etimológica, frente a nuevas oposiciones en la que lo dramático se expresa por lo que se da o no se da, lo que se hace o no se hace, la disponibilidad o indisponibilidad, en la que el desborde de la verosimilitud mimética estalla en el augurio de nuevos paradigmas sensibles y cognitivos. El teatro, en el mejor de los casos, se mueve en la frontera de lo humano y el artista teatral como el testigo de un secreto cuasi inabordable. Ya no el sueño romántico de lo desconocido nocturnal, sino la postulación antropológica a una nueva capacidad de mirar. El artista teatral como átomo temporal irremplazable. El testimonio de nuevas visiones devenidas de su contacto cósmico proactivo. Ese testimonio de lo nuevo entrevisto, siempre jugará con la capacidad de verlo generado en otro. ‘Qué dice esta persona’ siempre es el signo de un despegue, un despegue hacia el ‘nosotros’ interlocutivo y fundacional. La perplejidad ante una nueva incredulidad. Algo difícil de verbalizar en conjunto, y aún así, la entereza de intentarlo. Ya no vigilantes del nuevo significado, sino de la evolución correlativa hacia lo que podemos ser. Ya no la aduana logocéntrica, sino el espacio ebullescente de una nueva infinitud desafiadora. Aún cuando a nivel comunicacional el planeta se achica, paradojalmente esa certeza nos deja a la vista que infinito es lo que sobra.


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