Un apunte más sobre gestión cultural
En las últimas semanas nuestras columnas han estado orientadas a hacer algunas aproximaciones, con carácter de averiguación, más que de análisis, hacia lo denominado gestión cultural, por considerar éste un asunto inconveniente, cuando se ejecuta en forma impulsiva y sin un proceso de verificación constante de su injerencia en la sociedad.
Somos conscientes de que el tema de la gestión cultural daría para armar muchas columnas, pero como nuestra misión no es hacer un tratado sobre dicha materia, porque para eso están quienes andan por el mundo abriendo sucursales de academias, y su deber es crear marcos teóricos convincentes para sostenerlas, ni tampoco generar pesimismo y desánimo entre quienes se quieren dedicar a esta actividad, sino abrir un espacio de discusión, dentro del cual sea posible discernir sobre muchos temas, conexos con esta actividad, y cuya ausencia es notable en los foros académicos, debido al compromiso de éstos con el pragmatismo a ultranza de los tiempos actuales, porque el uso constante del trabajo formativo nos da licencia para suponer que cualquier actividad humana con deficiencias de diagnóstico, discernimiento y discusión, se halla expuesta, no solo a la improvisación, sino al uso utilitario de la misma por parte de quienes sólo buscan réditos individuales en lo que hacen.
A esto que llaman gestión cultural le falta análisis, y una confrontación con las diferentes realidades sociales dentro de las cuales pretende ejercitarse, para averiguar si se trata en efecto de un novedoso, y prometedor renglón de la economía de un país, y si las nuevas formas de acción que plantea ésta acerca de cómo deben moverse dentro de una sociedad quienes la desarrollan, sirven para aumentar el espectro de la actividad cultural, y generar una cobertura que arrope a aquellos sectores adonde, de acuerdo con el espíritu mercantil, no resulta sensato suponer que llegue una actividad cuyo principal sustento teórico consiste en considerar a la cultura como una nueva estructura económica, capaz de sacar de la pobreza material a una sociedad.
El discurso de la gestión cultural, comprometido como está con la terminología de las ciencias económicas, por lógica ignora las circunstancias materiales de aquellos espacios sociales adonde sus intereses no consiguen consolidarse, por su incapacidad para la competencia, considerada también como un elemento importante en la evaluación de un proceso cultural.
La afirmación anterior nos sirve de argumento, para asegurar que el conocimiento del gestor de la realidad cultural general de la sociedad dentro de la cual pretende desarrollar su actividad, es parcial, porque está constreñido por el concepto de mercado, y su mirada solo apunta a aquellos lugares adonde encuentra los resultados económicos que debe cumplir su propuesta, pues, como ya lo hemos manifestado en otras oportunidades, los resultados en materia de gestión cultural se miden en cuantos.
Por todo cuanto hemos dicho, antes de que alguien se apresure a afirmar que somos enemigos de la administración de los recursos destinados a la cultura, es decir, que estamos en contra de la gestión cultural, nos anticipamos a expresar nuestro desacuerdo con la segregación social que conlleva todo acto suyo, cuando este tiene el apremio del concepto mercantil, porque otra cosa sucedería si la gestión cultural tiene como tarea administrar recursos, para distribuirlos de manera equitativa, y hacer, lo que una sana lógica de contenido social indica, como entregar más recursos a aquellos sectores cuyas condiciones materiales no alcanzan para cubrir los costos que requiere una actividad cultural.