Apuntes de un ‘festivalier'(I)
Las Artes de Calle no son aptas para todos los públicos. Pueden llegar a ser muy incómodas. No me refiero a las posibilidades que puedan tener de crítica o contestación contra lo establecido -que las tiene y muchas-, me refiero simple y llanamente a que su recepción, como los muy adictos sabemos, nos expone a todo tipo de fastidios climáticos o aglomeraciones, por no hablar de las complicadas perspectivas de asiento que normalmente se le asocian.
Estos días en el festival francés Chalon dans la rue, me ha sorprendido hasta qué punto está extendido el uso de sillas plegables entre su público adulto. La verdad es que el auditorio atiende bastante preparado- querer es poder, está clarísimo-. El kit del buen ‘festivalier’ se completa con chaqueta ligera, chubasquero, gafas de sol, gorra o sombrero y crema protectora solar. Este 2012 les aseguro que hemos hecho uso de todo el conjunto. De hecho, el viernes por la tarde la lluvia hizo acto de presencia, poniendo en riesgo más de una representación.
Con todo, de nada sirven paraguas, protectores o chaquetas si uno no se aplica de manera detenida al estudio del programa del festival borgoñés. Presentarse a una cita de tamañas dimensiones con la lección por aprender puede ser mucho peor que una buena insolación o diluvio. Conviene procesar tanta información como nos sea posible, echar mano del catálogo, mapas o de la reciente aplicación para teléfonos inteligentes y, una vez allí, del diario del festival, publicación que se distribuye durante los días del evento y que contiene información completa y actualizada sobre las casi 200 compañías programadas -si sumamos los apartados ‘in’ y ‘off’ del repertorio-, o acerca de los ochenta y tantos espacios de actuación.
Una de las imágenes del festival es, sin duda, la del público sentado en una terraza ordenando su agenda de espectáculos, junto a un café con leche y un croissant recién hecho, marcando, subrayando o escribiendo notas con un bolígrafo en la parrilla horaria de Le journal de la rue.
Otra imagen muy característica, y que también suele acompañar los desayunos, la protagonizan actores y actrices de las múltiples compañías programadas informando de su espectáculo, repartiendo octavillas o avanzando fragmentos de su representación en vivo, dedicándolos a unos pocos. La competencia es enorme y la atención personalizada puede ser un valor muy interesante, se trata de captar la atención de tanto público como sea posible. Un público que, por lo general, se entrega generoso, a veces incluso demasiado, a los diferentes materiales escénicos propuestos o no en la programación. Se nota que el festival ha calado hondo en la vida de los vecinos de la localidad francesa, que lo viven con alegría y orgullo.
El impacto económico que suponen los festivales dedicados a las Artes de Calle en las ciudades que los acogen acostumbra a ser importantísimo. No obstante, dejan otras trazas, huellas de valor incalculable en sus habitantes. Son las ventajas de una celebración de la cultura en una de sus acepciones más directas, generosas y democráticas. Y este hecho sí supone muchas veces una realidad incómoda.