El Hurgón

No más paja

No dejan de expresar ideas de rechazo, en muchos escenarios, quienes andan involucrados en el ejercicio de la actividad cultural, sobre la incertidumbre de la misma, no obstante la paja teórica que se ha dicho y se dice alrededor de temas tan embelesadores como las industrias culturales y su subalterna, la gestión cultural, y que han servido para convencer a quienes ejercen actividades conexas con una y otra denominación, de que por fin ha llegado el momento de hacer de la cultura una fuente de supervivencia y enriquecimiento material, porque la realidad se está encargando de demostrar que es puro discurso, es decir, pura paja, porque no solo está sucediendo que los presupuestos destinados para apoyar la actividad cultural están siendo disminuidos sistemáticamente, sino que quienes buscan remediar dicha merma en los presupuestos con actividades adicionales, están viendo seriamente comprometida su productividad, debido al incremento de las cargas tributarias, que en algunos países se están imponiendo a estos nuevos ingresos.

La queja, que ha movido nuestra intención de hablar del tema, es la expresada por el director de este periódico, en su columna de la semana pasada, titulada, a desescombrar, en la que cuenta cómo el gobierno español tuvo la monstruosa idea de aumentar, de un ocho por ciento, a un veintiuno por ciento, el impuesto de valor agregado, el ya veterano IVA, a las entradas de cine, teatro, conciertos y otros espectáculos relacionados con las artes escénicas, cuando el ingreso por concepto de boletería es uno de los pocos recursos que les queda a los gestores de estos espectáculos, para cubrir costos.

No creemos que sea fruto de una simple coincidencia, que tal medida se haya puesto en vigor, ni tampoco que con ella se pretenda resolver los grandes problemas económicos de ese país, porque la experiencia histórica dicta, que las actividades en las cuales tiene un papel protagónico el pensamiento son siempre objeto de control, cuando las condiciones sociales puedan, por el carácter de sus crisis, hacer del pensamiento una herramienta de riesgo para lo que llaman la institucionalidad.

El cine, el teatro, y otras expresiones artísticas de convocatoria mesurada de público, son por lo general actividades en las que el espectador es convidado a un proceso reflexivo acerca de la realidad viviente, y cuando esta realidad tiene soportes débiles, el deber de los responsables de fortalecerlos, o por lo menos, de evitar que se derrumben completamente es salirles al paso a las acciones que puedan incrementar esa debilidad, y es bien sabido que la promoción del pensamiento y de la reflexión forman parte de dichas acciones.

No hay duda de que el procedimiento más efectivo para sepultar una actividad es debilitando su estructura económica, y por eso es harto probable que la medida responda, como siempre, a la decisión de cortarles las alas a todas aquellas expresiones que puedan servir para atizar el fuego del descontento, y pongan a la gente a preguntarse en serio sobre los orígenes de la crisis.

Resulta irónico que sea de España de donde salga a recorrer el mundo este mal ejemplo, porque es allí desde donde se ha irradiado una parte importante del discurso relacionado con industrias culturales y gestión cultural, como elementos fundamentales para convertir la actividad cultural en un importante renglón de la economía de un país, y por ende en una fuente más de desarrollo; pero resulta muchos más irónico, que siendo las industrias culturales tan promovidas por el Estado, no consigan de éste las prebendas, que sin hacer mucho esfuerzo logran los banqueros, pues nadie puede negar que la cultural es una industria, también en crisis.

Esto es una muestra de que aquello de industria cultural es un cuento chino, o puro cuento, o pura paja, como decimos aquí, porque nadie la trata con los criterios de apoyo y subvención con que se suele tratar a las demás.

Por favor: no más paja.


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