Apuntes de un festivalier (III)
Me encanta equivocarme. Que la experiencia en primera persona de un espectáculo dinamite recelos, prejuicios o terceras opiniones. Rendirme de manera inesperada ante el talento de un artista o la excepcionalidad de su obra. Enamorarme.
Si a veces escucharse a uno mismo lleva al traspié, prestar excesiva atención al sentir de terceros puede resultar todavía más perjudicial. Existimos críticos, opinantes y dictaminadores de todo tipo. A cada recepción se le supone una determinada subjetividad, a cada autor unos gustos y un estilo. ¿Cuántos artículos habremos leído en los que la voluntad de estilo se ha zampado la magia de un buen espectáculo? Hay que hablar, escuchar y leer prudentemente sobre aquellos espectáculos a los que no hemos asistido.
Al público se nos puede educar de muchas maneras. La voluntad de crear públicos o de acercar nuevas y otras audiencias a diferentes contenidos artísticos me parece loable siempre y cuando pase por la experiencia personal, por la propia recepción del material artístico. Es la práctica lo que hace al monje.
No es que haya leído nada malo sobre la última creación de Jordi Galí –o bueno, la crítica teatral en España le presta muy poca atención a la creación en espacios no convencionales -. Asistí a su espectáculo en Chalón dans la Rue con la mochila de los prejuicios bastante cargada. Cîel, el anterior espectáculo del artista catalán afincado en Francia, levantó pasiones en toda Europa y acabó por convertirse en una pieza de culto. Temía por si Abscisse bebía demasiado de dicha obra, por si el artista se repetía partiendo como se partía de conceptos tan similares. A mis temores se le sumaba el escueto comentario de un par de colegas que durante el desayuno me advertían de que el espectáculo había dividido la opinión del público profesional.
Abscisse se edifica gracias al trabajo de tres intérpretes. Una estructura o patrón que aumenta las posibilidades tanto de construcción como de coreografía que ofrecía Ciêl. Al inicio de la pieza, en escena, ordenadas, escaleras, cuerdas y troncos. También algún que otro soporte a base de madera y alguna tela. Durante los 40 minutos que dura la composición Jordi Galí, Jérémy Paon y Sylvère Simon desafían constantemente las leyes de la gravedad. Tres hombres elegantes, de gesto aristocrático y aire retro convierten el acto de la construcción en poesía. La música de su esfuerzo y precisión es hipnótica. Cada movimiento abre un mundo de posibilidades arquitectónicas, escultóricas. La figura crece y se complica poco a poco. Y cuando la construcción parece estar coronada, la propuesta toma aires cinéticos y los intérpretes desplazan su base en un ejercicio arriesgadísimo que bien recuerda a una doma, una espectacular y peligrosa doma a seis manos de recepción emocionante que provoca el aplauso unánime del público. Tras una última vuelta de tuerca, la pieza se da por finalizada. Y uno tiene la sensación de estar ante uno de los espectáculos de la temporada.
Me apetecería hablarles largo y tendido acerca de la última producción de Jordi Galí, de la cual confieso estoy profundamente enamorado. Pero debo detenerme y guardar el decoro. Aristóteles ya apuntaba que el entusiasmo excesivo no es bien recibido. Me limitaré a recomendarles la pieza. Nada más. Espero no equivocarme con ustedes, ni que ustedes se equivoquen conmigo. Les deseo una feliz experiencia, Abscisse bien lo vale.