El público y la crisis
Las crisis parecen dar su primera voz de alerta, solo cuando empiezan a vaciarse los bolsillos, y de lo cual se infiere una falta de consciencia del individuo acerca de otros elementos constitutivos de vida, distintos a lo material, y es quizá la razón por la cual cuando las crisis empiezan a hacerse sentir es porque ya han debilitado estructuras de convivencia, necesarias para mantener la cohesión social, y cuya recuperación, en caso de ser posible, debe ser objeto de medidas drásticas que una sociedad en crisis no está dispuesta a soportar, y mucho menos si viene de un proceso de vida holgada y distendida.
La llamada por algunos crisis del público, entendida ésta solo como la ausencia del mismo en algunas expresiones culturales, es un ejemplo de cómo hacemos la vida sin atender a un proceso, de cómo gran parte de nuestra cotidianeidad pasa de largo, sin pena ni gloria, y por lo cual una buena porción del futuro termina convertido en un impulso de cuyos alcances poca visión tenemos, debido al inmediatismo que caracteriza a los logros que nos proponemos alcanzar.
Por eso, el del público es un tema de moda, por todo cuanto está generando la crisis actual, desde el punto de vista económico, en el sistema de cultura. Y se ha puesto de moda, no porque se estén haciendo estudios para averiguar cómo conservarlo, ni cómo protegerlo de la inercia de la distracción promovida por la mayor parte de los espectáculos, sino para propagar el lamento por los supuestos estragos financieros que su ausencia está produciendo a la gestión cultural, pues, sin lugar a dudas está poniendo en serio riesgo el futuro de las actividades artísticas cuya economía depende en buena medida del ingreso por venta de entradas a los espectáculos.
El público no está ausente, ni mucho menos escasea, pues cada vez es mayor su presencia en eventos cuyo diseño ofrece la liviandad de conceptos, que pide a gritos quien ha asimilado los derroteros de los componentes, en muchas ocasiones con apariencia cultural, de un sistema basado en la inmediatez y en el mínimo esfuerzo, como el que caracteriza a la vida social contemporánea.
La ausencia de público se ha convertido en una de las grandes preocupaciones, derivadas de la crisis económica, entre quienes gestionan eventos de pequeño formato, adonde la cabida superficiaria de espectadores es poca; pero no les sucede lo mismo, como ya hemos sugerido en párrafo anterior, a quienes se ocupan de gestionar espectáculos de gran formato, porque éstos han terminado apoderándose del público, debido a la gran diferencia de objetivo que tienen, como productores de entretenimiento que son.
Sería muy saludable para la compresión, tratar de interpretar porqué el público ha migrado de forma tan masiva hacia espectáculos que promueven el entretenimiento por el entretenimiento, además de muchos otros ingredientes de manipulación, ocultos, que tienen los eventos masivos. Dicha interpretación, en caso de ser llevada a cabo con honestidad y responsabilidad nos serviría para establecer las responsabilidades que cada sector de la llamada gestión cultural tiene en la desviación de intereses del público, porque tenemos bien claro que el público no nace sino que se hace.
El tema en cuestión daría para llenar muchas cuartillas, pero en la brevedad de la columna, y es fortuna que así sea, sólo tenemos espacio para provocar inquietudes, y la que se nos ocurre plantear en este momento la expresamos en la siguiente pregunta:
¿Somos acaso parte de la inercia, y por eso no hemos hecho nada para evitarlo?