Agridulce
Mañana martes 21 de agosto de 2012 dará comienzo la décima quinta edición de la Feria de Teatro de Castilla y León en Ciudad Rodrigo, la bella ciudad amurallada de la provincia de Salamanca casi en la frontera con Portugal. Dentro de la precaria situación de todos los eventos, ferias, festivales y programaciones, que se celebre con renovado vigor, es un triunfo, una muestra de perseverancia y voluntad, pero que en esta ocasión se tiñe de tristeza porque a la vez se debe inaugurar haciendo un homenaje a Rosa María García Cano, la que fue su directora hasta que hace unos meses falleció tras pelear cuanto pudo contra esa enfermedad que corroe.
Así que debemos empezar celebrando un recordatorio que es una suerte de funeral laico y que en estas cosas del teatro se intenta convertir en un espectáculo de la memoria, en un ritual en el que la figura del fallecido parece una excusa más para reconocernos, para palparnos, para casi certificar nuestra propia existencia. Proyectamos en quienes se han ido todas nuestras esperanzas, valga la contradicción. De repente todos los desencuentros, los silencios, las disparidades de criterio se relativizan, y nos queda ese espacio de la nostalgia en que recordamos esos momentos en los que estuvimos de acuerdo, en que participamos en proyectos conjuntos, como si necesitáramos reavivar en nuestra conciencia esos vacíos menores, pero que a veces nos distancian sin saber exactamente si existen motivos, si se trata de un cansancio, de un apagón de los intereses comunes o responden a otra parte de nuestra complejidad como seres humanos sometidos a unas presiones ambientales y profesionales que nos conducen a imparcialidades, subjetividades, injusticias y rencores absurdos.
Todos sabemos cuánto hizo Rosa por esta Feria, su implicación total, de manera vital y profesional, su lucha para mantenerla en los primeros lugares del ránking de ferias, su participación en la creación de la coordinadora estatal, incluso su intransigencia con sus propios reglamentos, que no se los saltaba por nada, aunque fuera en detrimento de su tranquilidad y del resultado de su programación final. Era una personalidad dulce, muy abierta, pero que a veces transmitía una suerte de tristeza mística.
Como se dice siempre en estas ocasiones, la mejor manera de honrar su trabajo, su memoria, es mantener la Feria y hacerla avanzar en la medida de sus posibilidades. Las ferias son uno de los pocos instrumentos que tienen la inmensa mayoría de la clase media de la profesión para visualizarse. La situación económica abrasiva, va a ejercer una presión muy grande sobre estos encuentros. Si la parte contratante no tiene presupuesto, poco se va a contratar. El futuro no va a ser fácil, pero hay que volver a reinventarse su funcionalidad.
Los que han tomado el relevo han optado, en primera instancia, por crear unos Premios con su nombre, reconociendo la labor de personas o instituciones en tres apartados básicos de todo el entramado de la formación, producción, exhibición e información, y el jurado nos ha honrado con uno de los premios. Es decir, acudiremos este año a Ciudad Rodrigo con dos sensaciones primarias y básicas, la de la añoranza y la del eterno agradecimiento. Estos detalles, este tipo de premios, de los que este que escribe ni sabía de su convocatoria, nos hacen recobrar ganas de seguir peleando, de mantenernos en la brega, pese a las condiciones económicas que nos ahogan. Es un honor, especialmente porque compartimos galardón en nuestro rango, nada menos que con Titirimundi, pero en los premios generales con Pau Llacuna de la Fira de Tàrrega y con Te Veo. Es decir, existe una luz que nos guía por unos caminos de cercanía, de reconocimiento al trabajo de manera objetiva, pero señalando aquello que tiene de mayor valor en estos momentos históricos, el factor humano. Es decir, lo que atesoraba Rosa María García Cano.
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