Incendiaria en combustión

Fuerza centrípeta

«Calma, quietud, paz y silencio». Lejos del mundanal ruido, esos fueron los propósitos con los que nos encontramos en la loma del municipio colombiano de Villa de Leyva en el que se encuentra La Maloca, una sala concertada que desde hace décadas gestiona la compañía Teatro Itinerante del Sol. Tras el espejismo que supone descubrir el encanto de una ciudad colonial con reminiscencias manchegas en el corazón del altiplano cundiboyacense, la fuerza de los espacios no iba a dejar de sorprendernos en este lugar a los pies del pico Iguaque, cuna de la humanidad en las leyendas muiscas.

Enmarcada en un bosque biodiverso que antes fue desierto, La Maloca es un edificio circular inspirado en las construcciones kogis de la Sierra Nevada de Santa Marta. Suelo de tierra y cúpula de madera sostenida por doce troncos de eucalipto –en representación de los meses del año y de lo masculino-, su cénit está coronado por una abertura circular por la que la luz penetra sobre un pozo de agua que ocupa el centro del suelo. Los elementos se funden así en este espacio poderoso que más que continente es canal para desencadenar el trabajo.

Y de repente, pienso en Manuel de Oliveira y en su capacidad de adaptación cuando señalaba que «si no tienes dinero para filmar un carruaje, filma una rueda». Y pienso en la capacidad de adaptación como la principal clave para alcanzar la felicidad. Y pienso en la adaptación del espectáculo a este lugar imponente donde no fue el espectáculo el que se adaptó al lugar sino las actrices gracias a las palabras de la directora Beatriz Camargo: «Lo importante no es cómo lo vayan a hacer hoy, lo importante es que hoy están aquí y lo van a hacer». Y así, la adaptación se hizo natural y trascendente.

Ninguna de nosotras sabía que iba a trabajar desde el espacio como principal impulso. Ninguna sabía que iba a ser el canal de una energía centrípeta tan telúrica como individual en favor de lo colectivo. Ninguna esperaba que la lectura de un trabajo lleno de preguntas sin respuesta y de imposibilidades desembocaría en una afirmación clara: la necesidad de desatar las leyes del caos para, a la inversa, sumergir las leyes heredadas del derecho de ROMA en las leyes del AMOR. Ninguna de nosotras sabía lo importante que era que Galicia estuviese en Colombia, uniendo el fin de la tierra –Finisterrae- de una Europa en colapso con el valle en el que, para los muiscas, comenzó a caminar la humanidad. Ninguna esperaba que la metafísica se apoderase de una manera tan clara de lo teatral.

Y al final, el espectáculo se sumergió por primera vez en ese pozo central para lavarse la culpa, el derecho, la norma, el control, la imposición y la imposibilidad. Se hundió para liberarse del miedo a perder las certezas y descubrió el gusto por las posibilidades que ofrece lo incierto. Y mientras se escurría, se preguntaba cómo mantener la calma, la quietud, la paz y el silencio hallados durante unos segundos bajo el agua.


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