Revelación de pasajes
El Stockholm Kultur Festival se celebra en el centro de la capital sueca, en un área donde se alojan negocios, algunos comercios y diferentes ministerios, muy cerca del parlamento. Nos contaba Claes Karlsson, el Director artístico del certamen, que la reordenación urbanística que sufrió la ciudad en los años sesenta desplazó muchas familias que habitaban en la zona a barrios más periféricos. El progreso dividió a la opinión pública y lo que había sido un hervidero se convirtió en un desierto.
Poco a poco, la vida está rebrotando en la zona. Muchos edificios culminan con añadidos modernísimos, áticos de diseño del siglo XXI que coronan arquitecturas funcionales del XX. El barrio se está aburguesando.
Una de las funciones del festival de Claes es la de recuperar la zona para la ciudadanía. Aunque a algún adinerado nuevo vecino no le guste mucho -la democracia sueca va muy en serio, un único vecino, nos contaba, estuvo a punto de terminar con el festival-.
Lo que el festival está consiguiendo hasta la fecha es traer de vuelta el color al aburrido barrio, el gentío, las muchas músicas callejeras. La programación se reparte estratégicamente rindiendo homenaje a los espacios en los que se alberga -edificios singulares, plazas, calles… incluso puentes- trayendo de vuelta viejas inercias, usos o costumbres.
El mar de columnas que soportan el puente más transitado de Estocolmo fue uno de los protagonistas de esta edición. La artista Maja Spasova con su ‘Min Älskling’ (que vendría a ser algo así como ‘Cariño mío’) puso al abasto de los visitantes un espacio que nunca antes había sido frecuentado, pues la navegación está prohibida en esa zona. Cada pocos minutos una embarcación cargaba con dos espectadores e iniciaba un recorrido de entre doce y quince minutos. El ruidoso tráfico que transitaba el puente de manera ininterrumpida contrastaba con el paisaje sonoro diseñado por Spasova, hecho de silencios, ecos de trenes y susurros humanos.
Las aguas no estaban calmadas. La lluvia de la tarde las había enturbiado y el miedo a volcar –me van a perdonar pero uno es un poco miedica, sí, y poco amigo del agua, qué le vamos a hacer- impidió que terminara de entregarme al trabajo de la artista búlgara. Con todo, mi valiente compañera de viaje disfrutó de lo lindo.
Como cada humano, cada ciudad tiene su historia. Dejan huella en los humanos y los humanos en ellas. Nos habitamos, construimos o derribamos. Qué misión más encomiable, las Artes de Calle al servicio de la revelación de pasajes de nuestra historia, geografía, arquitectura o sociología.