Reflexiones
Me encontraba bailando, y no se trataba de una escena, tampoco de una pista de baile. Ni siquiera estaba en el suelo. Me encontraba en el mar, bailando.
Olas, viento, bramido, el ir y venir y yo… dejándome llevar por el gran movimiento, proponiendo a la vez el mío propio: una coreografía perfecta.
A lo largo de varios años me he preguntado «¿Qué es danzar?» y, por supuesto, semejante interrogante ha suscitado distintas respuestas siempre, cada una en relación al contexto.
Pero quisiera aventurarme a un lugar más hondo, como si acaso fuese posible jugar con «la esencia» de la danza y esto me invita a sumergirme en un sentido más poético de la cuestión; pues el danzar no puede limitarse a una secuencia de pasos o a la respuesta corporal a tal o cual música/sonoridad, por nombrar algunas de las afirmaciones más convencionales al respecto.
La esencia de la danza es movimiento puro y en si mismo, proclamaba Cunningham. Y, si la danza es movimiento, todo movimiento es danza, agregaron sus sucesores, los jóvenes de la Judson Church (Posmodern Dance). Bajo este parámetro, todos los movimientos corporales eran susceptibles de «ser danza», lo cual hizo que el espectro danzario se amplificara enormemente, dejando de lado el sesgo elitista.
Entonces, yendo un poco más allá, me nace desplazar al mismísimo ser humano del centro de la danza para pensarlo solo como un componente más del gran movimiento: pues la existencia misma es lo que se mueve, es un danzar en todos lo niveles.
Me encontraba en el mar bailando, y comprendía la inmensa sincronicidad de todos los elementos presentes. El mar tiene también sus secuencias, sus tiempos, sus espacios y el cuerpo -o los cuerpos- allí inmersos, hacen su danza marina y ventosa.
No sé si es por amar este arte que lo veo en todos lo vericuetos de la existencia, pero quien podría negar el pulso de la tierra, el volar, el agua inquieta y todo sucediendo a la vez: los tiempos integrados a un tiempo, los espacios integrados a un espacio.
Quiero aclarar que no es mi intención disolver la danza en una metáfora omniabarcativa y menos aún, quitarle su especificidad como lenguaje artístico y sociocultural. Solo quisiera compartir estas reflexiones e invitar, nuevamente, a abrir la percepción a la infinita danza de todo lo existente.
Puede que esto no sea nada nuevo. Sin embargo, cada vez que me descubro bailando en cada paso de la vida me brota una nueva sensación. Después habrá tiempo para experimentar difíciles artimañas corporales, armar y ensayar alguna coreografía o disfrutar bailando una cumbia sabrosa.
Mientras tanto, la «gran danza» subyace y creo vale la pena arrojarle, cada tantito, una buena luz de conciencia…simplemente porque es, maravillosa.