Zona de mutación

Programa para no chocar con la mente

La enteléquica densidad de la mente puede no obstante ser más pétrea e impenetrable que el metal, si es que se trata de una mente cerrada. Una chance para horadar sus cerraduras no depende del afuera sino de los propios procedimientos por los que la mente se permeabiliza y franquea sus portones. Así es que, estar en la mente, más que entrar depende de un estado, una capacidad para, contenido por su don alquímico, concretar lo virtual. Todo pensar es opuesto a una dilución.

En relación a nuestra materia, Pascal Quignard dice: «todo poder es un teatro», lo que inmediatamente motiva pensar en el opuesto, todo teatro un poder. Estar cincelado, estampado como idea. Estar estampado como idea es estar dotado de un lenguaje que la concretiza. Estar mentalizado es estar en un universo, en un estado, en una calidad de existencia ficcional que se tangibiliza como equivalente al mundo físico. Toda corporización como nominación es anclaje a un referente. La mente, sin embargo, no es una representación pasiva sino un representando de ese sistema que se concreta al nombrar. Nombrar es tiempo, pero es un tiempo de la mente que temporaliza subjetivizando. Es un tiempo similar a la afinación del instrumento musical, el momento único, oportuno: el ‘kairós’. El tiempo mental es en cuenta regresiva, porque nombra en dirección al objeto nombrado y hace eclosionar a ese objeto como significado. Aludir es disparar a un blanco. Designar es manchar de ser un fondo de no-ser.

La mente no está disponible a priori. A la mente hay que seducirla, como la flor al colibrí. Los empaques mentales se licuan con paradojas y formas, al cabo, con incertidumbres y dudas. La mente se activa por ambigüedad, por dilema. Así es que cada concreción en la mente es un ‘aparecer’, una epifanía de lo innombrado que recibe la donación del sentido como gracia. El aparecer es el cruce a lo visible, a lo deslindado, a lo diferenciado, a lo identificado. La eclosión suena a magia o a milagro. El que sea indecible en un principio, demuda, pero al fondo de las imágenes, las musas. De alguna forma la mente táctil toca el sentido y se conmueve, se espiritualiza, lo que es decir, se acoge a su gracia. El poder de ese momento es que dimana, irradia. Aparecer es refulgir, brillar, entrar en estado de luz. Lo que se ve es esa luz y no los procedimientos intermedios que llevaron a la mente a esa sazón. Pero nada más afirmar descriptivamente este estadio que ya surge la sospecha de lo opuesto, la no luz, el apagón, la oscuridad, los corpúsculos atómicos apretados, sin dejar los huecos indispensables para dialogar con el entorno. Es la desgracia de lo fijo, de lo pétreo. La compacidad absoluta, la intransmisibilidad. El espacio se forma detrás de un big bang, una explosión. La mente explota en la creación. El artista, más que una función socio-económica es una función bio-antropológica. Un mutante que sabe atravesar universos. La creación es el puno de crisis por el que lo humano se hace apto, está en condiciones, preparado. Hay críticos y artistas instrumentalizantes que le niegan al artista su condición de creador. Eso es cosa para Dios, dicen, o en todo caso majaderías metafísicas. En el creador artístico están en germen todas y cada una de las cosmogonías. Lo que molesta es que sea a imagen y semejanza en un plano cercano a los puntos de mutación y lejano a las funcionalidades de corte staliniano que se piensan para los creadores desde cualquier forma de poder.

A la mente la agujerea la rojez de lo rojo, lo amoroso del amor. Sin calidad ni don predicativo, no hay vacío suficiente para que entre a jugar la luz en la oquedad. Pero la imagen puede ser un engendro ectópico, un embarazo ‘fuera de lugar’ si no responde a su genuino deseo de nombrar.

La sinestesia cromática, la estética paróptica, se funda en el origen. Es el edén de los sentidos, donde éstos no eran tres o cuatro o cinco, sino sus vínculos y combinaciones incontables. Si no había número, no había una manera de sentir, sino un sentir abierto y pleno. La eficiencia aplicada a los sentidos los positivizó. Compró el alma. Matematizó la mente. Occidentalizó el espíritu. Toda ruptura sensorial es una contra-palabra, una locura frente a la eficacia racional. La mente reproduce las leyes del azar del cosmos. La mente como parte holográfica del universo, reproduce las condiciones de misterio que el infinito le plantea al hombre, en las que la creación, equivale al orden cósmico de la libertad.


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