Incendiaria en combustión

Aplastamiento por elefante

El aplastamiento por elefante fue una forma de ejecución común en el sudeste asiático. Los elefantes, símbolos del poder real, se usaban para aplastar, desmembrar o torturar a los condenados a muerte en ejecuciones públicas. Los animales eran entrenados para ejecutar de muy variadas formas, que iban desde lo agónico de una muerte lenta hasta la extinción fugaz por el aplastamiento de la cabeza de la víctima por parte del paquidermo.

A veces, los testimonios de los tiempos que nos rodean –informaciones, desinformaciones o declaraciones políticas ante la distopía neoliberal que nos gobierna- se le vienen encima a una como si de uno de esos elefantes se tratase y con ese peso vive en una sensación de adormecimiento, parálisis y desorientación permanente. Cuando la desorientación es así, permanente, tal vez sea el momento de detenerse a pensar en las palabras de Naomi Klein: «Un estado de shock no solo es el que nos sucede cuando nos pasa algo malo. Es ese estado en el que entramos cuando perdemos nuestra narrativa, nuestra historia, cuando nos desorientamos». Entonces, en plena crisis, en pleno proceso de aplastamiento por elefante, toca pensar nuestra historia, nuestras raíces, nuestra continuidad –individual, familiar, profesional, sectorial, social…-; toca pensar en las raíces, en los silencios históricos que nos sostienen, en los pasos que se dieron para construir el tejado de nuestra casa –real, metafórica, individual, profesional, sectorial, social…- y los planes que se proyectaron pero que nunca se llegaron a ejecutar para fortalecer los cimientos de la misma.

Tal vez así, el pensamiento nos conduzca inexorablemente a las preguntas que sirvan para fortalecer los pilares, al menos. Tal vez así, localicemos ya no por qué puerta se coló la crisis, sino por qué agujero ha de entrar el cambio que le dé un sentido -y que no sea el de rumbo a peor-. Tal vez entonces, podamos pensar en la resistencia no como la estoica capacidad de aguantar todos los chaparrones sino en resistencia como la posibilidad de crear un orden diferente y acabar por crearlo.

Si fuese de esta forma, entonces toca mirar la creación como el espacio para la reparación y el rescate; toca mirar hacia la creación como instrumento de cohesión y no hacia esa educación que segrega por razón de sexo y aplasta las preguntas para imponer respuestas; toca mirar hacia la invención, ya que la experiencia solo asegura modelos ya probados. Entonces toca lo no indagado aún, lo no experimentado, lo no creado. Tal vez así surjan las respuestas inesperadas, las que caminan a nuestro lado y pueden llegar a ser tan crueles como la de aquella canción de Richard Desjardins donde los conquistadores españoles, tras naufragar su nave cargada de oro procedente de América se retorcían entre la sed, el adormecimiento, la desorientación y la parálisis ante el desalmado que comerciaba con el agua y les repetía: «¡imbéciles, en vuestro sudor y en vuestras lágrimas hay sobre todo agua!


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