Sangrado semanal

El ojo del poeta

Tiene Pessoa un párrafo en el que describe los pensamientos de un viajero que viaja en auto. Casi se puede oír el traqueteo mientras uno ve pasar por la ventana las casas y los árboles como cabellos al viento, desfigurados por la velocidad. Entonces, se advierten las luces de una casucha en la lejanía y quien viaja piensa: «la vida debe ser allí feliz sólo porque no es la mía». Para añadir después: «Si alguien me ha visto desde la ventana de la casucha soñará: Ese que va en el auto es feliz».

Tiene Hockney un cuadro que luce un paisaje quieto. Son los que están en el coche quienes se mueven. La pintura se llama «Huida hacia Suiza» y resulta asombrosa la sencillez con la que el pintor logra el efecto. Su mirada da la vuelta a las cosas y regala, a quien mira, ojos de paisaje, convirtiendo al hombre en poco más que un chiste que pasa por encima de la quietud de la tierra con prisas de pájaro por carretera.

Tienen los poetas la mirada afilada y entrenada para ver y volcar después en el papel la poesía que se esconde en lo efímero del día, esa que dura segundos. Tienen que estar con el corazón a carne de piel para no perderse la nevada de hojas de cobre sobre la ría, el fantasma que baila al otro lado de la ventana, las pelusas suspendidas en la luz como plancton en el mar de la mañana.

Tiene nuestro pintor de paisajes suizos un nombre para describir un periodo de tiempo muy corto, ese que acoge en sus instantes la transición del invierno al verano. Hockney lo llama «la semana de la acción», pues son los 7 días en la que no puede perder un sólo segundo si quiere captar la fragancia con la que se viste el bosque. Esa semana tan especial empieza en el momento en el que florece el espino. Ha pintado Hockney cientos de veces los mismos parajes, bajo diferentes luces. Tiene cuadros del mismo día a distintas horas y, cierto es, que la atmósfera del lugar cambia. Parecen días distintos, estaciones distintas, incluso años distintos. El pintor nos regala, a quienes miramos, su saber mirar. En sus cuadros, nos ofrece, desmenuzados, los sutiles cambios que nuestros ojos gruesos no saben apreciar.

Tiene el Guggenheim de Bilbao estos días el cuadro más reciente de Hockney expuesto en una gran pared. Es su última gran obra y se llama: La llegada de la Primavera a Woodgate. Lo más maravilloso de todo es que Hockney convierte a quien mira, en la propia primavera. Delante del impresionante cuadro, los árboles que crecen a lo largo del camino que se pierde en la inmensidad del fondo, parecen invitar a entrar a quien observa, quien no puede evitar verse ya dentro del cuadro recorriendo el estrecho camino, mientras el bosque va abriéndose con gracia a su paso, dándole amablemente la bienvenida.


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