El Hurgón

La señora de los cuentos

Si hacemos una averiguación minuciosa en el mundillo de la narración oral en América Latina, encontraremos hechos eficientes, no por su novedad, pues no se trata de que lo eficiente sea necesariamente novedoso, sino por la utilidad social de lo que algunos están haciendo, después de comprender que contar un cuento es algo más que hacer un espectáculo, porque detrás de éste hay un cumulo de experiencias que cobran vida dependiendo de quién lo cuenta, cómo lo cuenta y para qué lo cuenta.

Son muchos los ejemplos en América Latina a los cuales quisiéramos referirnos, porque en esta parte del mundo se ha disparado el hábito de contar cuentos, bien porque somos una sociedad imprescindiblemente parlante, o porque hay mucho qué contar, o simplemente porque contar se ha convertido también en una forma de generar entretenimiento para disminuir las ansiedades provocada por la gestación traumática de una historia que no termina pareciéndose en nada a su entorno, pero queremos en esta ocasión referirnos a un caso de enérgica narración oral que ha emprendido en el Estado de Nuevo León y algunos aledaños, en México, aquella a quien hemos decidido nombrar como LA SEÑORA DE LOS CUENTOS, no porque haya montado un emporio económico alrededor de éstos, sino porque está haciendo de la narración oral un compromiso con la historia y, por ende, con la recuperación de memoria colectiva, que es para lo cual, según creemos, debe servir fundamentalmente el acto de contar cuentos.

ROSA MARTHA SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, la misma SEÑORA DE LOS CUENTOS, creó hace algunos años, en Monterrey, el grupo tejedoras de imágenes, con un selecto grupo de damas deseosas de dar un nuevo sentido a su vida, compartiendo recuerdos, aprendizajes y experiencias, a través de jornadas de conversación, cuando comenzaron a comprender, a través de los relatos de ella, que hablar del pasado no es un asunto de nostalgia sino de constatación permanente del curso de los acontecimientos, para mantener despierta la conciencia y evaluar los avances y retrocesos sociales que se producen a nuestro alrededor, y comprendieron, además, que un cuento es un documento de memoria activa cuya riqueza aumenta a medida que pasa de una persona a otra.

ROSA MARTHA decidió subir a un escenario hacia comienzos de los años noventa del siglo pasado, cuando la narración oral comenzó a propagarse con frenesí, a hacer lo que tradicionalmente hacía en el seno de su hogar, y en medio de sus amistades, esto es, contar historias, y desde entonces, el material temático con el cual decidió convivir ha estado íntimamente relacionado con la parte oculta de un momento muy importante de la particular historia mexicana, cual es su revolución, quizás, porque la parte oculta de la historia es un resumen de los afectos que hacen de los conflictos situaciones soportables, y que por eso mismo no son considerados dignos de mención por la historia oficial, porque el objetivo de ésta es mantener intactos los modelos de discordia interna social, que suelen ser de utilidad para quienes gobiernan, para hacer más fácil su tarea.

Rosa Martha Sánchez Rodríguez se ha especializado en el anecdotario de la revolución mexicana, pues sobre la vida diaria de ésta ha hecho un exhaustivo estudio, y por eso hemos sugerido, desde el comienzo de esta columna, que lo suyo va más allá del espectáculo, y que la eficiencia de su trabajo debe servir de ejemplo para hacerles entender a quienes cuentan historias, su importancia como depositarios de la responsabilidad de mantener unidos los tiempos para evitar que la gente olvide su origen e ignore su destino.

La narración oral, queridos amigos, seguramente pensará Rosa Martha, es volver a enseñar lo aprendido, para recordarlo.


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