Críticas de espectáculos

Nadie verá este vídeo/Martin Crimp/Carme Portaceli

Estudios de mercado en la Gran Bretaña de los ochenta

Poca gente en la sala principal del Valle-Inclán a pesar de ser un viernes por la tarde. Espero que no sea por la imposibilidad manifiesta de adquirir una localidad a través de Internet ahora que – supongo, por ahorrar – el INAEM tiene en fase de pruebas un sistema informático que llega a proveerte de una entrada que luego resulta que no es tal, puesto que la has de canjear en la taquilla por otra de verdad. ¿Será la crisis la causante de esta inhibición del respetable? La política de precios del CDN, bastante favorable – sobre todo para la tercera edad – sigue siendo la misma. ¿O habría que buscar la razón de este desapego en unas primeras críticas, si no adversas, sí desangeladas? Pero, ¿quién lee una crítica a estas alturas? Y que no se me diga que la pieza en cartel no tiene su aliciente tratándose de Nadie verá este vídeo, una de las primeras obras del gran autor británico Martin Crimp, puesta en escena por Carme Portaceli quien, antes del verano, presentó, en el Fernán Gómez de Colón, un impresionante montaje de Nuestra Clase, la soberbia creación de Slobodzianek. Habrá que atribuir, pues, esta abstinencia a una determinada inercia por seguir disfrutando del rutilante cielo del verano sin tener que enterrarse en el oscuro espacio de una sala, o a una cierta aprensión por empezar una nueva temporada que, inexorablemente, se llevará con ella un año más.

Educado en el St. Catherine College de la Universidad de Cambridge y tras una primera serie de seis obras representadas, de 1982 a 1989, en el Orange Tree Theatre de Richmond, cerca de Londres, Crimp se presenta al fin en la capital con No One Sees the Video, estrenada en el Theatre Upstairs del Royal Court en 1990. A partir de aquel momento, va a convertirse en uno de los autores fetiche de esa gran institución teatral, en donde será autor residente en 1997. Será precisamente en aquel año cuando estrene allí la más conocida de sus obras, Attemps on her life, que el National revisó en 2007. En el Royal Court va a seguir presentando todas sus producciones hasta The City, en 2008, con la sola excepción de Cruel and Tender, una versión muy personal de Las traquinias de Sófocles, que se estrenó en el Young Vic en 2004 y que, dirigida por Javier Yagüe y protagonizada por Aitana Sánchez Gijón, tuvimos la oportunidad de ver en esta misma sala del Valle-Inclán en 2006. Dedicado también a la traducción de los grandes autores del teatro europeo (últimamente, El misántropo de Molière y El mal de la juventud de Ferdinand Bruckner en 2009 y Grande y pequeño de Botho Strauss en 2011) y tras cuatro años de silencio creativo, acaba de presentar una nueva pieza, Play House, en el teatro en donde comenzó, el Orange Tree, estrenándose en ella como director. Y su última obra, In the Republic of Happiness, está anunciada en el Jerwood Theatre Downstairs del Royal Court a partir de diciembre de este año.

Pareciera que Crimp fuera en el Reino Unido el tercer eslabón de la cadena Beckett-Pinter. Sus piezas apenas tienen argumento, no pasa nada. Y sus personajes, fríos, más bien ausentes, se expresan con un lenguaje muy preciso, alejado del «slang» del teatro «in-yer-face» pero inspirado en esa «lingua franca» que se oye en la calle en nuestros días. De todo ello se deriva ese teatro del «hueco» que tanto inspira a nuestros jóvenes autores, catalanes (Carles Batlle, Josep María Miró) o no (Paco Bezerra). Un vacío que es representativo de esa condición postmoderna que, sin habernos dado apenas cuenta, llevamos viviendo desde hace treinta años. Y es que la obra de Crimp tal vez sea más apreciada en el continente, donde ha influido en multitud de dramaturgos, que en su propio país, dado que allí el carácter social y de denuncia del teatro británico más reivindicativo privilegia la vena realista.

En todo caso, Nadie verá este vídeo contiene ya muchas de las claves del teatro de Crimp: una trama dividida en cuadros dibujados a escuadra y cartabón que, más que «sketches», parecen «slices», lonchas de carne humana extraídas en vivo durante una biopsia; unos caracteres tallados de una pieza, pero muy bien entrelazados y movidos; un texto que contiene en sí toda la acción ya que ésta se genera a partir de lo que dicen – o dejan de decir – los personajes; y un entorno, un mundo existencial, que es el de la sociedad de consumo, en su apogeo entonces tras la caída del muro de Berlín. Es el fin de la Historia y predomina el pensamiento único: qué comprar y a qué precio, ésa es la cuestión. Y para resolverla, para dominar el mercado, hay que estudiar los gustos y apetencias de los consumidores o, aun mejor, que ellos mismos, «en sus propias palabras», nos lo cuenten. En ese estudio del mercado de «pizzas» congeladas están metidos los protagonistas de la obra (el propio Crimp trabajó en «marketing» de joven), dedicando a ello todos sus esfuerzos y sacrificando su vida personal. Una vez más, son los sudores, inquietudes y pequeños fracasos de los humanos los que escriben la Historia que luego se atribuye a los dioses. Y es que, comparada con su producción actual, la obra se resiente de un exceso de empatía con la «humanidad» que ronda incluso lo conmovedor, aunque la clarividencia, mala baba y causticidad del autor terminen convirtiendo tan noble pero inadecuado sentimiento en un ecuánime atestado del vivir cotidiano en Gran Bretaña a finales de los ochenta.

Aun conservando el inevitable «humor» británico, Carme Portaceli no se ha dejado tentar por el camino fácil haciendo una comedia costumbrista al uso sino que ha montado al Crimp de entonces siguiendo los criterios del Crimp de ahora. Ha conseguido articular así «una obra casi siniestra, cuyos personajes están invadidos por una tristeza y una soledad que ni siquiera conocen». Y lo ha hecho de una manera profesionalmente magistral. Nadie verá este vídeo es, desde el punto de vista formal, una de sus mejores puestas en escena. Es un montaje limpio, transparente. Espacio escénico y sonoro, vestuario, iluminación y audiovisuales están siempre al servicio de las ideas y estados de ánimo que se quieren transmitir al público. Y el elenco actoral, encabezado por Gabriela Flores y Francesc Garrido, con la competente colaboración de Albert Pèrez y el resto de la compañía, se mueve seguro y ligero por la escena diciendo su papel con el punto exacto de ironía que requiere el autor.

Lástima que la obra, plenamente vigente en su momento, haya perdido hoy parte de su interés. Aquella situación de comienzos de los noventa, con el derrumbe del mundo comunista y el auge de la sociedad de consumo, marcó el principio del «tsunami» neoliberal que nos inunda. Todo ha sucedido demasiado deprisa y hoy, con el agua al cuello y a punto de ahogarnos, buscamos desesperadamente otras respuestas.

David Ladra

Septiembre 2012

Título: Nadie verá este vídeo (No One Sees the Video, 1990) – Autor: Martin Crimp – Traducción: Joan Sellent – Dirección: Carme Portaceli – Intérpretes: Gabriela Flores (Elisabeth), Francesc Garrido (Colin), Albert Pèrez (John/Roger/Nigel), María Rodríguez (Joanna), Martí Salvat (Paul), Diana Torné (Karen/Sally) – Espacio escénico: Paco Azorín – Vestuario: Marta Rafa – Iluminación: María Domènech – Música y espacio sonoro: Jordi Collet «Sila» – Coreografía y movimiento escénico: Ferran Carvajal – Diseño de audiovisuales: Pedro Chamizo (Metaproducciones) – Caracterización: Toni Santos – Coproducción: Centro Dramático Nacional, Grec 2012 Festival de Barcelona, FEI Factoría Escénica Internacional, con la colaboración de ICEC (Institut Català de les Empresses Culturals) – Teatro Valle-Inclán – Del 13 de septiembre al 14 de octubre 2012


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