Matrimonio
Mi matrimonio con las Artes de Calle empezó en enero de 2003. Pronto hará diez años. Lo nuestro no fue un amor a primera vista, fue un amor locomotora que me arrolló a su paso desplazándome a 130 kilómetros de mis primeras nupcias: de la metrópolis y de todo lo que hasta entonces entendía por Artes Escénicas.
Una de las compañías que cimentaron tal sacudida fue Tuig –como no, compañía holandesa que basa sus espectáculos en la construcción de dramaturgias alrededor de elementos, máquinas o trucos escenográficos-. En Salto Vitale (2002), pieza inspirada en el ritual centroamericano del Juego del volador, se construía una estructura de madera de 14 metros, desde la cual un personaje -centinela, poeta o cautivo- se lanzaba al vacío en una danza circular e hipnótica que le ponía a uno la piel de gallina. Se trata de uno de esos espectáculos estimulantes y liberadores, que le marcan a uno de por vida, como los grandes amores. Cuántas veces me ha recordado a mi marcha de Barcelona a Bellpuig…
A Salto Vitale le siguieron Tegenwing (2004) y Tocht (2006), dos piezas de estética similar, metáforas solventes hechas de madera y otros materiales nobles, conceptos briosos tejidos como ropas de abrigo.
Sin embargo, el gran éxito de la compañía ha sido Schraapzucht (2008), uno de los espectáculos más aclamados por la profesión durante estos últimos cinco años. También uno de los más inquietantes. Agridulce, como poco. En este caso el público atiende sentado en unas gradas con capacidad para unas cuatrocientas personas, repartidas a lado y lado del espacio escénico. En el centro, una construcción rústica e industrial de dos plantas. Una escenografía, máquina y habitáculo, que parece respirar. Está hecha de tablones, cuerdas, poleas y volantes. Durante la representación, dichas entrañas revelan pasajes mágicos, así como bellísimos cuadros estéticos: un hogar maravilloso, seguro e idílico; una vida feliz y confortable, digna de la mejor y más tópica comedia musical… Pero lo que empieza como un sueño termina a modo de pesadilla, pues la pieza se pregunta precisamente cómo y a qué precio puede o debe sostenerse la sociedad del bienestar y, a qué ritmo, si es que se puede mantener. No se las veces que he visto este espectáculo. No hace ni una semana que lo vi por última vez y todavía no he podido sacármelo de la cabeza. Pienso en él constantemente. Tendría que ser de programación obligada por tantos motivos y a tantos niveles…
El verano pasado estrenaron Hellend vlak (2011). Se trata de una pieza menos conseguida – de momento- pero también con mucho recorrido por delante. Ya saben que las Artes de Calle reclaman una muy cocción lenta. En ella el protagonista vuelve a ser el espacio, en ese caso un mundo que se balancea en busca de equilibrio, donde la vida pasa como en una nave irremediablemente abocada al oleaje del mar. Esperemos que la próxima temporada la pieza esté terminada y la podamos disfrutar como es debido. También que se estrene en nuestras tierras. ¿No tienen ganas de enamorarse?