Zona de mutación

Ser interesante

Todas las afirmaciones críticas que ven en una obra la revalidación de un paradigma que se exalta, resultan cruelmente obvias. «Es bello porque entrama lo disperso del vivir». Unos para justificar la totalidad, otros el fragmento. Asistiéndose con vagones de referencias bibliográficas, algunas veces, o hasta con la obtusidad del fundamentalismo, en otras. Los sentimientos que devienen del ejercicio de este tipo de opiniones, conforman de por sí un territorio en donde se ejerce todo un arsenal de competencias, que se retroalimenta de una serie de reacciones que desde el vamos están incluidas en la fórmula. El espectro de sentimientos reactivos constituye una cifra dentro de lo esperable. La crítica que se implementa incorporando lo que confirma su expectativa, descartando las iras de aquellos que no estarán de acuerdo, no sirve para, dentro de esa esperabilidad, demarcar como obvio también lo que funciona en el plano de la conducta peudo-social (si se mide con que se trata de un grupo de actores del campo cultural que, a la vez, sabe por qué este juicio crítico se emplea de esa forma). Al final todos se provocan a sabiendas de qué es lo que el otro rechaza. Con lo que, la provocación que suele adjudicarse como comportamiento del transgresor, queda sujeta a una manera de no hacer otra cosa que lo que se espera que cada sector del cuadro cultural haga. Y sin embargo, todos se creen aburridamente innovadores y le reivindican con gestos por demás excluyentes, cuando no palmariamente discriminativos.

Aquellas asertos ejercidos como juicios ponderativos, se harán de suerte que parezcan destinados a admirar el chasis y no a la carga que éste porta. «Esta obra no es para percibir con el entendimiento», podría ser otra reverberación de esta tópica infinita. En este contexto, según se dijo, un espectáculo se reclama como bueno en la medida en que sanciona el paradigma que subyace al comentario crítico, y que se expresa en una suma de procedimientos y catálogos confirmatorios, que guardan la novedad y la sorpresa de aparecer efectivamente, para regodeo del esperante. Los juegos tendenciales, de modas, responden a este solaz de pasiones alienadas, que emerge en la falsa sociabilidad que alimenta una complicidad, una compinchería originada, tout court, en intereses.

Lo que resulta sorprendente es que la zona de generación de expectativas de la cultura de creación, se preste a esta intervención, a este adocenamiento encubierto, bajo una especie de exacerbada limosna, de la que el beneficiario no quiere desconfiar porque acepta el juego a cambio de ser ‘descubierto’. Descubierto, aquí, equivale a ser declarado lo suficientemente ‘interesante’ como para transformarse en objeto de un relato, que busca desentrañar, a veces, una para-ficción que solventa y justifica imaginariamente, el motivo de tal apetencia por desocultar su significado. Esta ficcionalización de lo interesante puede, en una palabra, no ser sino una invención. Una invención que cotiza en el circuito de los medios, las editoriales, los ‘estudios culturales’ y demás. Autoproclamarse ‘experimentales’ redunda en las condignas ‘investigaciones’ críticas que sancionan estos motes, aunque no se dilucide ningún descubrimiento, porque tales emplazamientos -experimento, investigación-, se reclaman como fines en sí mismos. Lo bueno no es tanto experimentar como ‘ser’ experimental. Dicha condición es la petición de principio donde lo que se investiga no está sujeto a algún enigma como a que, previamente, tal objeto se sepa por sí mismo experimental. La investigación se manifiesta autosuficiente como tal, y resulta al fin abastecida metodológicamente, sin necesidad de demostrar los resultados del experimento.

Es curioso ser experimental y antes que mostrar resultados ostentar la condición por la que se es algo que en el fondo puede no ser, pero que en esa graciosa instancia de ‘no-ser’, acabe por comportarse como la respiración artificial por la que el arte gana una falsa vida, una ‘semi-vida’ (Philip Dick dixit)


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