Hamlet, ¿un temblor de Shakespeare?
Hace escasos días, Hamlet de los Andes pisó el escenario de la Escuela de Teatro de Navarra. El Hamlet que presentaba el grupo Teatro de los Andes era un tipo desquiciado y borracho, con visos violentos y un toque indígena. Abalanzado sobre el cadáver de su padre, Hamlet miraba a los espectadores y gritaba algo parecido a lo siguiente con los ojos salidos de sus cuencas:
A LOS MUERTOS HAY QUE LLORARLES HASTA QUE NO QUEDE NI UNA SOLA LÁGRIMA EN EL CUERPO, A LOS MUERTOS HAY QUE GRITARLES HASTA QUE NO QUEDE NADA EN EL CUERPO, ASÍ LO DECÍA MI ABUELA, ASÍ LO HACÍA MI ABUELA.
Es probable que, en aquel momento, este personaje atormentado por la muerte de su padre estuviera mostrándonos una forma de traspasar el duelo por la muerte de un ser querido. En aquellos momentos, nos revelaba una forma antigua de hacer catarsis sobre la muerte: cantar, llorar y gritar, dejar que el cuerpo descargue toda la pena, la rabia y la frustración con sacudidas y temblores. A veces, vemos este tipo de imágenes en la televisión desde el civilizado occidente y no podemos evitar escandalizarnos ante las reacciones de ciertos bárbaros pertenecientes a otras culturas: A ellos los vemos gritando mientras velan el cadáver de algún bombardeo, a ellas clamando al cielo entre ruinas. Y, mientras tratamos de mantener la compostura en el sofá, no sentimos incómodos ante esas muestras de descarnado descontrol.
Pero ¿y si ese aparente descontrol que emerge de los temblores, las sacudidas y los gritos desgarradores no fuera tal en realidad? ¿Y si todas esas expresiones formaran parte de un mecanismo natural del cuerpo que permite al ser humano liberar y traspasar la tensión y contracción que nos provoca la vivencia de un trauma para ponernos de nuevo «a cero» y poder seguir viviendo?
Esto es lo que afirma con su pacífica sonrisa David Bercelli, terapeuta e inventor del método TRE (Trauma Release Exercises) al que se lo rifan por todo el mundo. Ha trabajado con las victimas de tsunamis en Japón y terremotos en China. Con los soldados norteamericanos que vuelven de Irak, con bomberos y víctimas de guerras y con víctimas de a pie, porque, finalmente, vivir es, en sí, una experiencia traumática. Bercelli ha desarrollado una serie de ejercicios que ponen literalmente a temblar al cuerpo humano, liberando los puntos de tensión anidados en la persona. A veces, dichos temblores deshacen nudos que llevaban existiendo muchos años y se convierten en una experiencia muy placentera.
Dice Bercelli que muchos hemos inhibido esta capacidad de temblor que tiene el ser humano. Dice que hemos asociado el temblor a cosas negativas como el miedo, la debilidad o la inseguridad. Por lo tanto, no dejamos que nuestro cuerpo tiemble ante determinadas situaciones de shock o violencia (donde nuestro cuerpo se contrae). Así, nos quedamos con el trauma dentro y nuestro cuerpo-mente se agarrota por zonas que se quedan pilladas para siempre. Bercelli afirma que, incluso aunque tratemos ciertos traumas desde el punto de vista psicológico o emocional, falta tratar la parte corporal, para liberar del todo la carga del evento traumático en la persona.
Si no fue en estado de duelo, Shakespeare escribió Hamlet en un estado anticipatorio de duelo. Así nos lo contó, Will Keen, actor, director y, probablemente, uno de los mayores conocedores del mundo de este autor universal y de su obra. Keen, quien estuvo impartiendo un curso hace pocos días en Vitoria, señaló que Shakespeare escribió Hamlet en 1605, el mismo año en que murió su padre. Así, toda la obra, es, según, Will Keen, una experiencia umbral en la que Hamlet parece estar de visita en un mundo que no conoce. Un mundo que ha cambiado, precisamente, por la muerte inesperada de un padre y por encontrarse el personaje en un estado «umbral», el de duelo. El Hamlet dirigido por Will Keen visitará Bilbao en los próximos días. Una oportunidad única para ver a un Hamlet tratar de justificarse y dominar sus temblores ante un público sediento de sangre que le echa en cara su cobardía.
Cobardía y temblor, temblor e inseguridad. Debilidad y temblor, temblor y miedo. Así vivimos hoy en día. Con estos dos conceptos asociados el uno al otro y bien aferrados entre sí sin permitirnos dar muestra alguna de lo que creemos es debilidad, sobre todo, desde el cuerpo. Quizás, los antiguos y las antiguas (nuestras abuelas, como nos recuerdan los compañeros del Teatro de los Andes) supieran cosas que hoy en día hemos olvidado o no permitimos al cuerpo hacer.
Pienso en el cuerpo que tiembla y libera tensiones y pienso en las grandes obras escritas a la muerte del padre. Pienso en Manrique, por ejemplo. Y no puedo evitar preguntarme si no fue Hamlet, al fin y al cabo, un temblor del alma de Shakespeare.