Exceso de la realidad
La debilidad cultural desnuda una actitud filial ante el exceso de la realidad, ante su exuberancia. El hombre sueña ese desborde, esa hybris, como un desastre, un fin de su control sobre las cosas. De ahí que algunos sean propensos a caer en la añoranza de ‘la ley del Padre’ o alguna forma de solución mágica capaz de morigerar la angustia, el miedo, la inseguridad. Ante la ‘desolación’, la intemperie, se justifica el recurso de clamar por un ‘deus ex machina’ salvador, después que se han transgredido todos los evangelios y preceptos más sagrados. El desierto crece y la orfandad arraiga sentimientos destructivos, fascistizados, ya no sólo contra el ‘otro’ sino contra el proceso civilizatorio mismo. El hombre desconoce al hombre, no lo aleja sino que teme su proximidad. Es capaz de odiarlo y de desear su muerte. «Hiciera lo que hiciere, en la selva de la realidad a la que había llegado, poco preparado para esa exclusión de la vida de los otros que es la repetición de la propia, había un cierto sentido de la oscuridad». (La Divina Mímesis, Pier Paolo Pasolini).
Lo dramático es la luz. La masa intemperada, fijada en algún status de walking deads, sólo podría justificar su amor a la negrura, en el hecho de no ver. El ‘theatrum mundi’ apura intensidades, territorios que se contaminan con histerias y gritos, corridas y golpes, dejando a la vista la pérdida de orientación de las personas. La ley de la selva, legalizada con ajustes que no dicen, aunque todos se dan cuenta, que a quien se ajusta no es a los números de la banca, sino a la cantidad de humanos dignos de pisar el tapete del planeta tierra. Se hacen sumas y restas enfebrecidas y excluyentes. La realidad re-teatraliza el drama de los escenarios y fija autonomía de la imaginación de los artistas y espectadores. La auto-organización de los pulsos innumerables de la vida, choca y se configura en una poética cataclísmica, natural, a punto de resultar que el arte teatral no es sino el metateatro inverso, ya no continente del drama humano, sino contenido por la dispersión de los procesos culturales, en la que el paradigma del eterno conflicto se ve desustancializado por el poderoso espectáculo de la sociedad, que es la que le muestra a Hamlet el crímen consumado, desteatralizado, de su padre. El teatro no devela ni aclara el crímen, sino que el crímen aclara el teatro, que se queda con sus herramientas en la mano, sin saber para qué usarlas. Esa visión lo hace explotar. El teatro del mundo se desteatraliza en el nada para ver. El teatro retrocede en su doblez impúdica. Se clava los puñales sobre su cuerpo virtual, y no logra verse sangre. Las palabras no fueron tales, han mentido: por lo tanto no hubo muerte. Nadie ha muerto. No se descubren nuevos sentidos, sino que el significado de las cosas se borra, por lo que el sentido es Uno, abigarrado, absoluto e ilegible. Cómo sortear conscientemente esta irrupción de ‘todo es todo’. Con qué criterios se desagrega y se elige. Qué es empático si el drama ya ha muerto. Qué canto de pájaro territorializa al de los otros pájaros iguales. La cultura ha colapsado. Los gritos son silenciosos, o es que los sentidos ya no sienten. El significado quizá esté construyendo nuevos aparatos sensibles, nuevos umbrales sensóreos. Nuevas combinaciones en la demarcación del sentido, como para dejar ver algo más menos inteligible. Lo posdramático no es tan significativo como lo posmimético. Y la gran víctima del asunto, la palabra. Cómo hacer poesía cuando es imposible la poesía. Cómo hablar cuando es imposible hablar. Qué representar si ya no viene al caso hacerlo. Pasolini creía descubrir mayor realismo en la contaminación de los materiales lingüísticos. Quizá no se trate de inventar nuevas lenguas, sino de descubrir las potencialidades sinestésicas del cuerpo, su nueva capacidad de verdad. Quizá se trate de desandar el organismo, a un nuevo origen, para que el clivaje racional nos permita una nueva propiocepción, un cuerpo sin teología, un cuerpo con neuronas en la piel, para que cada dedo, cada músculo esté capacitado por su cuenta a elucubrar pensamiento. Después de todo, no estaría mal un sistema de gobierno perceptivo, finalmente y a pesar de Platón, capaz de procesar la manera de sentir, no la de interpretar, en una cultura donde, de manera efectiva, lo más profundo ha de ser la piel.