El hilo
Un hilo finísimo se extiende entre la mano derecha y la mano izquierda. Es un hilo blanco que sujetan índices con pulgares, en un juego de equilibrio que es el de conseguir la tensión justa para que el hilo no aparezca ni demasiado flojo ni tampoco demasiado tirante como para que llegue a soltarse o a romperse. Ese hilo que la creadora Charo Francés compartía durante el curso «El silencio de la actriz» era, a la vez, el ejercicio y la imagen que explicaba sin necesidad de palabras el equilibrio entre concentración y relajación que requiere el trabajo de quien se dedica a la escena.
La experimentación con el hilo comenzaba como una búsqueda individual pero, rápidamente pasó a envolver a todo el grupo. Así, tras el trabajo de concentración y de exploración espacial que cada una debía realizar en solitario con un pequeño pedazo de tejido, se formaron grupos de personas que, unidas por la cintura por un hilo mayor, se movían procurando que el conector no se rompiera por la tensión ni se cayera por la dejadez o la desconcentración. De este modo, el grupo estaba obligado a prestarse atención, a escucharse y a intuirse, a entenderse y a comprenderse, a sentir sus propias necesidades y sus impulsos pero también las necesidades y los impulsos del resto de los grupos presentes en la misma sala. Y todo se realizaba mientras cada componente seguía atendiendo a su propio hilo.
Al finalizar el ejercicio, las participantes dejaban caer el hilo común al suelo, guardaban el hilo propio y, juntas, abandonaban el espacio circular que el tejido dibujaba en el suelo. A continuación, la guía del ejercicio recogía el hilo blanco que desaparecía entre sus manos mientras decía: «Así es el teatro. Creamos mundos y personajes de la nada y, de repente, en esa nada se desvanecen».
Pero lo importante es que, aunque invisible, como el dinosaurio de Monterroso, el hilo sigue ahí. El hilo trasciende la escena y a la actriz y salta a la ciudadanía porque está tejida por hilos que nos influyen, nos fortalecen y nos defienden. Son hilos que nos conforman aunque algunos gobernantes se empeñen en destejernos y en deshacer los puntos del tejido social para engorar la madeja financiera movidos por los dictados de la «pasta» o en este caso, de la «tela». Estamos conectados por múltiples redes que es necesario activar o reactivar para trabajar con ellas de una forma solidaria, unitaria y con un sentido común. Para eso salimos a la calle, para que nos vean aunque no nos oigan.
Y movida por una asociación libre, en estos días en los que se cumple una década del hundimiento del petrolero «Prestige», me vienen a la cabeza una idea insistente: unos hilillos de plastilina. Y en lugar del juicio a algunos de los responsables de la catástrofe que se está celebrando, pienso en el documental «Los últimos días de diciembre con Allan Sekula», de Carles Guerra que se proyecta en la exposición «Balea Negra» del Museo de Arte Contemporáneo de Vigo, que también cumple una década de vida. En ese documental, el fotógrafo estadounidense habla de diferentes aspectos de su producción profundizando en el movimiento social de apoyo voluntario que desmontó las coartadas de ocultación por parte del gobierno.
Entonces, como ahora, lo importante es tirar del hilo con la tensión justa: sin romperse ni abandonarse.