Irresistible encanto
Suena una melodía leve y una luz dorada parece iluminar los ojos de quien está enfrente. La tarde suspendida en el ambiente, un retazo de cabello recogido tras la nuca, el tintineo de la cucharilla contra la taza de café; su aroma, tu aroma, las gaviotas tristes a través del cristal. Tarde serena, tarde de lluvia y, a pesar de ello, a contra ello, la conversación de miradas fluye viva, con la dinámica de la primavera. Hay palabras, palabras infinitas, hilos invisibles que levantan comisuras, medias sonrisas, guiños velados, tanteos, tú, yo, yo y tú, transformándonos, de a poco, en nosotros.
Pisa el artista la escena. Reina entonces un silencio más espeso que la noche. Ni siquiera hay toses. Y suena la primera nota de violín, certera y sutil. Como unos huesudos dedos de humo que buscan traspasar tu pecho. Y vaya si lo logran. Posee la música la clave que descifra el código personal e intransferible de cada uno. Y cuando logra acertar con la llave, el cofre se abre sin resistencia. Después de que un artista te haya tocado el corazón, algo habrá cambiado para siempre.
Hay situaciones transformadoras. Momentos, por ejemplo, en los que un paisaje está dotado de una luz especial que se derrama, también, sobre nuestra persona. Cuando se dan estos instantes, la propia vida toma otra textura, otro cariz, la vida cambia y tú con ella.
Dice Jean Shinoda Bolen, autora del libro Las diosas de cada mujer que la responsable de este poder transformador no es otra que la mismísima Afrodita, a quién, por cierto, le gusta hacer de las suyas. Y suyos son el amor, la música, el magnetismo, la luz dorada, la miel, la dulzura y la transformación, el amor sexual, el erotismo y el goce, la sublimación de los sentidos, la belleza y el poder de la carne y de la creación artística.
Dos versiones existen sobre el origen de esta diosa griega. La más light cuenta que es hija de Zeus y de una ninfa marina llamada Dione. Sin embargo, existe otra historia con más enjundia que cuenta que la diosa de la belleza y del amor, nació del esperma que se mezcló directamente con las aguas del mar, cuando Cronos lanzó al océano los genitales que le había cortado de un hachazo a su padre, Urano. La diosa Afrodita emerge entonces de las aguas como mujer adulta tras este acto brutal.
El momento en el que Afrodita aparece es un fogonazo que nos hace caer rendidos a los pies de un amor, como cuando uno de esos benditos focos ilumina a los artistas sobre el escenario, convirtiéndolos en dioses momentáneos de 3 metros de altura, lengua sabia y portentosa, ademanes fogosos e imanes sintoniza-almas de los que nos enamoramos.
Después, en la vida real, la del otro lado del espejo, la de después de que caiga el telón, esos dioses y diosas de la escena vuelven a ser simples mortales. Lo mismo ocurre con los amores cuando Afrodita decide retirar su hechizo dorado de la persona a quien amamos.
Y sin embargo, durante los instantes en que brilló la luz alquímica de Venus, fuimos dioses y diosas, en la cama y sobre el escenario.