No fuimos conscientes
Recuerdo cuando decían (acaso con cierta sorna) que el teatro no notaría la crisis, porque siempre había estado en crisis. Craso error haberlo creído. Cierto es que cuando hay una crisis, quienes más sufren son los más débiles. Y el teatro es, al menos «capitalísticamente» hablando, el hijo débil de la cultura, porque es el que más dinero pide y el que menos dinero genera.
Cuando se toma el pulso en la calle, las personas que nombran a Arturo Fernández como primera asociación a la palabra teatro, me dicen: – Pues yo he leído en alguna parte que al teatro le va bien con esto de la crisis. – ¿A qué nivel? – pregunto yo. – Pues parece ser que, últimamente, la gente va más al teatro que antes – me contestan. – Pues será la gente, pienso yo, porque lo que son los artistas y las compañías no veo que yo que pisen más escenarios que antes.
No fuimos conscientes, al menos los jóvenes (o los que éramos jóvenes por aquel entonces) de lo seguros y bien que vivíamos en la supuesta «precariedad» de la situación teatral hace 7 años. Las cosas costaban, cierto. Costaban dinero, trabajo y esfuerzo, gran corazón y mucho, mucho amor al arte, pero salían. Salían y hasta llegaban a buen puerto en aquellos tiempos, no tan lejanos en el tiempo, en los incluso escenografías y actores podían viajar a ultramar para actuar en los escenarios de Brasil o Perú si terciaba la ocasión.
Hoy en día ya no existe la posibilidad. Aunque te inviten, aunque te quieran. Ahora la cultura cuesta un 13% más que antes para quien la quiera disfrutar y un 70% más de bohemia y malabares metafóricos para quien la quiera ejecutar. Si ya era «difícil» entonces (¡Cómo cambia la perspectiva de lo que era difícil y lo que no a la vista de las nuevas situaciones!) lo de ahora es el «más difícil todavía».
La delicada estructura humana del teatro se desmorona. Y mientras sus criaturas buscan hacer algo de dinero para hacer frente a los gastos de la vida terrena, entre otras cosas, tener algo que llevarse a la boca, el caldero donde se fragua la cultura de este país ya no hierve, porque se ha agotado la bombona de butano que la mantenía viva y no hay dinero para cambiarla.
-¡Que me den a mí también una subvención! – me decía hace poco un empresario. -¡Que a mí nadie me ha dado nunca nada! Subtexto: Sois una pandilla de vagos que vivís de las aportaciones de los demás. ¡Pues tendréis que llenar los teatros, digo yo! – seguía diciendo el emprendedor cada vez más acalorado.- ¿Por qué no hacéis obras que la gente vaya a ver? ¿Cómo explicar?, pensé yo. ¿Cómo explicar? Y lo único que se me ocurrió decir fue: – Es que nosotros no somos una empresa. SILENCIO. La cultura es otra cosa. SILENCIO. Es una flor delicada y necesita ciertas condiciones para crecer.