De vacaciones/Miguel Murillo/Suripanta
Con mucho humor negro
José Manuel Villafaina
«De vacaciones», texto de Miguel Murillo, plantea un tema derivado de esa demoledora cifra de desempleo que atraviesa el país, que no es sólo un indicador socioeconómico sino también de salud mental. Un tema que responde a una realidad actualísima, pues parece -según los psicólogos- que cuando se da una fuerte epidemia de paro aumentan las muertes prematuras, los ingresos en centros psiquiátricos y los suicidios.
El dramaturgo extremeño encaja «De vacaciones» en ese mundo de absurdo social, con la trama de un parado inmerso en una sociedad donde solo importan las apariencias. Un parado que decide montar un encierro en su propia casa –con su mujer y un aparato de rayos UVA para broncearse- fingiendo que está un mes entero de vacaciones en el Caribe. Y todo porque no está dispuesto a que los demás piensen que es un fracasado.
El relato de Murillo, de diálogos siempre ingeniosos y caracteres bien dibujados, que da pie a generar un sorprendente juego de curiosidad dramática con las disparatadas situaciones extremas producidas por este personaje patológico que no quiere renunciar a su nivel de vida, esta logrado en la línea del artificio cómico del teatro del absurdo –al estilo de Jardiel Poncela- y, sobre todo, del teatro de humor negro en situaciones trágicas -al estilo del inglés Joe Orton- desde donde introduce su crítica incisiva.
Aunque en la narrativa, que no termina de precisar dramáticamente de forma consistente, es posible encontrar algunas lagunas en su verismo. Con todo, la impresión que nos dejó el espectáculo es de haber testificado un texto de interés auténtico.
La puesta en escena de Esteve Ferrer, con algunos ajustes de dramaturgia, ha tenido presente la potencialidad teatral de la narrativa de Murillo intentando conjugar diferentes recursos escénicos para que el mensaje –las significaciones más complejas, que se dan en el nexo de ficción de la mente del parado y en la degradación física y psíquica a la que se ven sometidos los personajes- penetrase en el espectador de forma natural.
Dentro de una escenografía convencional (un piso bien iluminado en penumbra), logra sacar el jugo escénico, con oportunidad y mucho humor negro, a cuanto de ridículo tienen los personajes fingiendo de esa manera las «vacaciones». El encierro está lleno de situaciones grotescas cada vez más al límite, que adquieren un ritmo trepidante y regido por la ley del impulso en que la razón es anulada por el pánico que, previsiblemente, desencadenará en una tragedia.
Sin embargo, el montaje podía dar más de sí, acaso porque prometía más de lo que ofreció. Le faltó tener la suficiente capacidad revulsiva como para que el público la asumiera a un nivel más trascendente. Y en las escenas que producen sobrecogimiento, como la muerte de la esposa o el confuso suicidio figurado del final de la obra, el juego escénico estaba necesitado de mayor ambición creativa.
La interpretación resultó efectiva en su conjunto, en su valoración global. Destacó Eulalia Donoso (Ella), aportando naturalidad y convicción a su rol de sufrida mujer del parado fuera de su juicio. Está espléndida en los diálogos, subrayando las réplicas con excelentes golpes cómicos. Pedro Rodríguez (El), muestra los recursos de muchos años, de su buen oficio teatral, lidiando con restaurado dominio escénico la peliaguda interpretación del susodicho paranoico. Y Jesús Martín (Un tipo), que cumple correctamente en sus desdoblamientos de varios personajes secundarios de ficción.