Otras escenas

Acompañamiento (II)

Muchas buenas ideas acaban convertidas en polvo y otras menos atractivas se transforman en un espectáculo de éxito. Lo que hace posible este salto es un buen diseño de producción.

Hasta hace unos años las leyes del mercado determinaron una serie usos y costumbres -completamente lícitas y reivindicables desde el ámbito comercial-, que compartían cartelera con otras maneras de entender la gestión de la actividad artística, entre ellas, la pública. Unas normas de juego que se han colado en un visto y no visto en este último apartado, de manera salvaje, pillando desprevenidos a casi todos, generando esquizofrenia y zozobra.

Las reglas han cambiado y nuestras responsabilidades también. Hoy día, entiendo el trabajo al que nos hemos consagrado como un ejercicio de compromiso- y más cuando se está trabajando desde la esfera menguante de lo público- que tiene que pasar por estimular, facilitar y acompañar a la creación. La dirección artística de un teatro, festival o programación tendría que ir más allá de la selección y exposición de un resultado. Y sobre todo en estos momentos de tiranía de la taquilla.

Así pues, y regresando a las buenas ideas que nunca llegaron a buen puerto, la relación entre artistas y responsables de espacios de creación podría ser más elaborada y menos jerarquizada. En un momento en el que la financiación escasea hay que compartir esfuerzos y optimizar recursos, ponerlo todo sobre la mesa. Programar pensando en el creador, crear en diálogo con el espacio de exhibición, no seamos egoístas o perezosos.

Muchos creadores –casi todos jóvenes- se quedan sin producir sus ideas. Las ideas nuevas interesan menos -el mercado es conservador por definición-. Otros tantos están emigrando. Esta es la era del artesano. Sin un sector equilibrado, en el que tanto peso tengan vanguardia creativa como ocio, perdemos competitividad. Estamos generando entretenimiento y dejando de alumbrar actividad artística, perdiendo oportunidades de futuro, dejando de tener mejores creadores y espectadores.

Es por eso que apelo a la responsabilidad y al compromiso. A lo poco o mucho que cada uno de nosotros pueda ofrecer desde la trinchera. Hablo colaborar en especies, de compartir conocimientos, contactos, espacios, recursos materiales o inmateriales; hablo de abrir los diseños de producción, de completarlos y reinventarlos apoyados en múltiples saberes y experiencias de gestión; hablo de compartir programaciones y públicos, de coprogramación y de correcepción, así como de reformular y reforzar los vínculos que nos unen a nuestros públicos a través acciones que vayan más allá de la simple programación; hablo de trabajo en red, de red entendida como circuito pero también como malla protectora, un espacio que contemple el error como estación natural en el camino hacia la excelencia, capaz de enderezar energía creativa; hablo de pensar en racimo, en tanto que colectivo que persigue un objetivo común y en tanto que individuos que actúan pensando en muchos otros; hablo, en definitiva, de cambiar el sistema trabajando y trabajando lo mejor que podamos, juntos y en positivo, por muy naif que pueda les parecer. Solos o llorando en casa estaremos perdidos.


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