Riesgo y Arraigo
Una Atalaya es una construcción enraizada en un lugar elevado desde el que divisar amplios horizontes y posibles ataques del enemigo para poder así defender el espacio íntimo al mismo tiempo que oteamos verdades. El trinitrotolueno, más conocido como TNT, es una de esas invenciones que el ser humano ha utilizado con soltura para derribar lo construido, para quitar de en medio las grandes moles de piedra o de carne que bloqueaban el paso hacia el futuro, para remover las bases de lo establecido. Dinamita y explosiones han sido siempre grandes aliados de revoluciones.
Si el teatro es contraposición, lucha, conflicto, la Compañía Atalaya y su Territorio de Nuevo Tiempos aúnan a la perfección esta dicotomía de la que nadie escapa con el devenir de los años. Porque sobrevivir y no desparecer implica arraigarse y arriesgarse, existir, esparcirse y enraizarse. Si, además de ello, tu fundamento es ser punta de lanza, tienes el conflicto perfecto servido, porque para seguir oteando horizontes antes que nadie hay que seguir estando sin desfallecer y eso es algo que no resulta tan sencillo de hacer una vez traspasados varios años bisiestos.
En los inicios, la andadura es fácil: La frescura y la ilusión de la juventud caminan de nuestra mano, hay cierta ausencia de peso que revolotea entre las piernas y que nos hace avanzar a brincos sin que nos percatemos de la aparición de la fresca sombra que apacigua los ardores del inicio. Es una etapa en la que aún no hay nada que perder. Pero al ir haciendo camino uno se construye un nombre, aciertos y acertijos, puentes, barreras, dolores. Experiencias, amores, enemigos, sinsabores. Y también sedes, una casa donde continuar investigando y poder descansar y crecer a un tiempo.
Dicen que el Esperanto no acabó por establecerse como lengua porque no tenía arraigue, no provenía de un lugar concreto, no era un idioma que tuviese fuertes raíces conectadas con la tierra. En otras palabras, no tenía fundamento. En alemán, la palabra «Fundament» significa cimiento. Así como los idiomas necesitan estar arraigados a una tierra para poder existir, las compañías de teatro también necesitan un espacio físico donde poder vivir: un territorio. Sobre esa tierra construirán sus sedes, nidos, hogares, refugios, atalayas o iglesias.
Pedro fue la primera piedra sobre la que Jesús levantó su iglesia. Pero, ¿sobre qué se asientan las construcciones que generan las compañías míticas a lo largo de años de lucha y pervivencia, agarrados con uñas y dientes a la gestación de realidad artística por mucho que muchos se empeñen en golpearles con saña, como si rascaran con furia un hongo sucio y molesto que se empeñase en salir una y otra vez en sus inmaculadas paredes? Desconozco la respuesta concreta pero intuyo que algún secreto habrá, durmiendo enredado entre las raíces y los cimientos de la estructura de carne, materia, mito y espíritu de las grandes compañías teatrales.