El Hurgón

Enseñar o estimular

No es descaminado afirmar que quienes aciertan en la transformación de la realidad y consiguen hacer eco de su hazaña entre los demás, hasta convertir sus hechos en ejemplos a seguir, han sido objeto de una educación equivocada, porque en vez de recibir enseñanzas han recibido estímulos.

Enseñar es un verbo drástico, con mucha capacidad de imposición, aunque de poca acción, cuyo objetivo fundamental es inculcar esquemas consagrados por la institucionalidad, con el encargo tácito, a quienes reciben la enseñanza, de «no tocar» lo aprendido si su intención es ir más allá de lo que enseña la enseñanza, esto es, interponerse en la reproducción sistemática de lo aprendido, y querer transformarlo, y por eso la acción de enseñar lleva implícitas una serie de restricciones cuyo universo se resume en los actos de fe y de creer.

Enseñar, de acuerdo con algunas definiciones del diccionario, es Instruir, doctrinar, amaestrar con reglas o preceptos, como también es dar advertencia, ejemplo o escarmiento que sirva de experiencia y guía para obrar en lo sucesivo.

Quien aprende, si quiere notificar su habilidad para actuar en consecuencia con lo aprendido, y convertirse en un aliado de quienes enseñan, debe demostrar su disposición de cruzarse en el camino de quienes intenten alterar el ritmo de vida de lo aprendido, y convertirse en su protector mientras lo aprendido se vuelva una tradición y por ello adquiera la capacidad de defenderse por sí mismo.

Con tan drásticas definiciones como las anteriores nos es fácil deducir que la enseñanza está diseñada para hacer del individuo un espectador, cuyas reacciones ante el espectáculo diario de la vida le serán también sugeridas a través de métodos diversos de enseñanza del comportamiento.

Igualmente, dichas definiciones nos ayudan a entender la razón por la cual quien enseña es considerado como una especie de redentor social, y por ende, cómo la educación, que no es enseñanza en sí, pero así se la conoce, se la define y se la ejecuta, se convierte en una esperanza más, detrás de la cual vamos, porque es catalogada como un instrumento esencial para ascender socialmente, y por eso quien enseña tiene un lugar en la parte alta de la pirámide social, y allí permanece si se mantiene fiel al compromiso de enseñar sólo aquello que se halla consagrado por las instituciones, para mantener las buenas costumbres, entre las que se encuentra aceptar lo aprendido, sin chistar.

Quien enseña es considerado como un dador bondadoso, y recibe tanto el título de maestro, como el de apóstol, título éste último, cuya dependencia está en el cúmulo de verdades reveladas que se sugiere posee un maestro.

Pero, ¡ay! de aquél que decide un día abandonar su papel de maestro, y su apostolado, entusiasmado con la idea de que el origen del conocimiento se encuentra en otra parte, y que su fuente principal es el estímulo, expresión que de acuerdo con el diccionario es la antítesis de la palabra enseñar, porque significa: Aguijonear, picar, punzar, incitar, excitar con viveza a la ejecución de algo, avivar una actividad, operación o función.

La definición de estímulo quizás resulta tan drástica como la definición de enseñar, pero se diferencian una de otra en que la visión de la primera es el autodescubrimiento de quien es objeto de estímulo, y a partir de allí el descubrimiento de los demás, y la aceptación de sus diferencias, y la misión de la segunda es impedirle a quien recibe enseñanzas, comprender el derecho a existir, del otro.

La razón por la cual vivimos como vivimos, es porque en vez de estímulos recibimos enseñanzas.


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