El régimen del pienso/La Zaranda
Sociedad en descomposición
Obra: El Régimen del Pienso. Autor: Eusebio Calonge. Actores: Javier Semprún, Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos. Iluminación: E. Calonge. Dirección y Espacio escénico: Paco de la Zaranda. Compañía La Zaranda, en gira.
Salí tocado de ver «El Régimen del Pienso» de La Zaranda, por la evidencia y claridad, quizá por la clarividencia de la compañía Teatro Inestable de Andalucía La Baja. Pero, es que cuando llegué a casa, varias cadenas de televisión cegaban la pantalla con debates e informes que hacían referencia a lo que había visto en el teatro. Es más, la prensa escrita de estos días se embadurna con noticias acerca de tramposos de vil calaña y de todo tipo de corrupción.
En frase hecha, la realidad supera la ficción. Millones de euros de origen dudoso en manos de gestores de partidos políticos, de fundaciones, de ONGs, de presidentes autonómicos y otros allegados; evasiones fiscales de prohombres, propiedades privadas de próceres con valores económicos insólitos para la mayoría de pobres, sueldos acumulados en compatibilidad de los poderosos, beneficios, prebendas e indemnizaciones «blindadas» de dirigentes y banqueros; indultos penales de difícil justificación…
Apesta, el hedor de esta sociedad civilizada resulta insoportable. La Zaranda concreta su poética quizá más que nunca. Ahora traza un panorama preciso, visible, tangible. La metáfora de este texto de Eusebio Calonge se pega a la tierra, baja a los dornajos de los establos sin dejar de lado su tradicional sentido existencial.
Unos individuos que juegan a ser actores, analistas sociológicos y forenses vigilan las pocilgas. Aparte del mal olor que perciben, parten de una observación básica acerca de los cerdos: «Pienso, pienso que él solo se mutila si le sobra el pienso y si se les raciona el pienso se matan entre ellos». Calonge utiliza el doble significado de pienso como pensamiento humano y como alimento material para iniciar el juego de simulación medioambiental.
Tras la referencia circense de tres clowns con nariz de jeta porcina, los personajes se disfrazan de oficinistas en un espacio siniestro y laberíntico que conforman con estanterías vacías. Los manoseados archivadores van y vuelven de un personaje a otro. La burocracia analiza la situación. «Mueren más que nacen./ Surge una cesantía./ Hay una subida del escalafón./ La historia avanza y nuestras lucha exige víctimas…» Vagan por el laberinto. Otro personaje perdido aspira, pide, implora el nuevo puesto rebajando sus pretensiones hasta la humillación. «Si yo hablara iríamos a la quiebra». El individuo indefenso es encarcelado; él, que nada tenía, es reducido por los cara de cerdo a un expediente, a un papel en un archivador. La ciencia, tras la necropsia, solo es capaz de certificar la defunción.
Hay mucha amargura en este montaje de La Zaranda. Hay desconsuelo y, paradójicamente, un fino humor. Y es que por una parte, transmite la soledad del individuo corriente, su impotencia frente a una sociedad impía. Es el desamparo de la persona sin escalafón dentro de una pocilga regida por los índices de rendimiento. El mal reparto del pienso, los poderosos acumulan riquezas mientras exigen más sacrificios a los menesterosos. La metáfora queda casi oculta por la evidencia, por la cruda realidad.
Y por otra parte, la pieza sugiere una sonrisa irónica. La guasa andaluza está presente en los diálogos, en las reacciones de los personajes, en sus movimientos. El número circense de los tres clown hasta que se disfrazan de analistas es digno de una antología del humor.
Otro tanto sucede con la escena final. Después de haber formado un tremendo lío de cables hay que encontrar el adecuado que es el que da un hilo de vida al moribundo. «Sigue respirando». La ciencia no cura la enfermedad, se limita al uso del aparato que mantiene con una brizna de vida a la persona. Después de varios intentos de desconexión, acierta con uno de los enchufes que apaga la máquina. «Por fin, pensé que el aparato estaba estropeado». Es el sarcasmo de la ciencia que juega a la ruleta rusa con la salud.
Con todo, La Zaranda en «El Régimen del Pienso» mantiene las claves de su estética habitual. Los personajes y el desarrollo de las situaciones siguen evocando a Beckett, a Ionesco, a Artaud. El espectáculo mantiene todos los atributos propios de la compañía, con lo cual no defrauda a los correligionarios de estos andaluces universales. No obstante, la concreción, la referencia a una sociedad en descomposición, que es la que estos días nos muestran los medios informativos, hará que los comulgantes «zarandinos» sean cada vez más.
Manuel Sesma Sanz