Zona de mutación

¿Es verdad que el arte resiste?

 

¿Qué significa la resistencia del proceso creador a devenir mercancía? Entre tantas de las respuestas de la sociología de la cultura, una es la ponderación que aquel hace respecto a la toma de distancia de los galpones de packaging, en donde se empaquetan las iniciativas entendidas como creatividad humana. Esta actitud habla de un rechazo por lo que se dudará de la condición ‘arte’ de estas iniciativas que sólo puede alcanzar en una zona de legitimación y de asimilación que incorpora el quiebre de aquella inicial resistencia. Desde los tiempos de Allan Kaprow (Ver «La educación del des-artista»), y después de una época de ‘anti-arte’, saltan a la consideración los programas de un ‘no-arte’. Sin la fórmula de no pertenencia al campo adocenado de las artes, es difícil congeniar un punto de encuentro y de acuerdo respecto a que es de la misma materia de la que se habla. Más difícil, si es que la condición paradójica que la misma cifra ‘arte’, aún denegada en términos de ‘anti’ o ‘contra’, rescata su condición en todo aquello que lo niega o mata. Pero se aludía al comienzo a su circulación como una mercancía que portaba en su oposición, el carácter moral de su negación, desublimando las promesas de un sistema que le asigna funciones específicas. Su escape por carreteras perdidas, su no aceptación de los designios impuestos, y aún auto-impuestos, signan la valoración de los procesos creativos. Su ascenso a los montes vírgenes, desde donde puede otear la dimensión persecutoria que toda innovación asume, pero a costa de su rareza y exclusión. La sola apelación a las mieles de la artisticidad, no garantizan nada, mucho menos nada bueno. Es que resulta ridícula su autosuficiencia como resguardo espiritual de lo que expresa perdición. Debe rendir como arma y no como llave a lo trascendentaloide.

Los lustres que le caben a quien lo ejerce, no dicen ni poco, ni nada. No dicen. En el Apocalipsis, el arte debe dar muestras de suficiencia como contra-mundo o como don capaz de crearlo. Es que ya como mero estadio, o como estado del alma, no coadyuva a detener la pulsión destructiva que la degradación y decadencia disparan. Ya la instancia de ser sin ser, va quedando irremediablemente atrás. Los niveles de habilitación y legitimación artística, sólo pueden ahondar en su pequeño poder de afianzamiento institucional, pero sin aportar a la dilucidación verdadera de los intríngulis de la cultura actual. La paranoia fue un reaseguro, pero no va más. Al final, el arte ha sido una especie de propiedad incorporada al sistema para escamotear verdaderas respuestas, verdaderas soluciones. Anular el conflicto por mera deposición de las propias posiciones, habilita a estar disponible para nuevas guerras, pero no lo soluciona en esencia. El arte, sin valor germinal, es el condimento de segunda instancia que acompaña culturalmente la buena conciencia del diletante.

Hasta dónde el arte podrá tranquilizar al inquieto, y asegurar que finalmente su semilla promoverá en el ser humano la mutación impredecible a un rango cualitativamente superior, expresable incluso como factor catalizador de dicho proceso.

O es el arte el testimonio como ‘work in progress’ de la transitividad humana, que no puede sino catalogarse en su incompletud. Pero si el arte sólo tiene salvada su sobrevivencia como producto, como valor agregado de una cotidianidad escasa, como ‘gadget’ con capacidad de bendición para su consumidor, su carencia viene a ser definidora per se. Al final como rasgo que simboliza no sólo lo que no puede hacerse sino lo que ya no se hará. El misterio de su intangibilidad, de su inmaterialidad, no habrá sido sino sinónimo de su impotencia.

Mientras tanto, la pandilla de «enteradillos», son los testigos de «las profesiones creativas que se contemplan narcisistamente a sí mismas, representando un combate entre sacerdotes autoproclamados y toda una retahíla de rebeldes, bromistas, golfillos y agentes triples que parecen estar intentando destruir su iglesia. Pero todos sabemos como termina esto: en la iglesia, por supuesto, con el club al completo haciendo reverencias y murmurando oraciones. Rezando por ellos mismos y su religión» (Allan Kaprow).


Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba