Es hora de empezar
Se habla de la crisis del arte y de la gestión cultural como algo cuyas consecuencias sociales no son dignas de estudio, pues solo se hace mención de los recortes presupuestales, de los proyectos en suspensión, de los teatros en proceso de cierre, etc, porque el arte y la actividad cultural son tratados como intermediarios, es decir, como elementos útiles para mantener un ritmo, y no como lo que en esencia son, esto es, generadores de condiciones para mejorar la calidad de vida.
No es usual escuchar o leer comentarios acerca de la crisis del arte desde el punto de vista de su pérdida de función social, y tampoco es usual encontrar dentro de las estadísticas cifras sobre el número de personas que a partir de cierto momento no tendrán un lugar adonde ir a ver un espectáculo, o sobre el número de niños y jóvenes que por dicho motivo van a perder un espacio adonde formarse, porque la crisis del arte y de la actividad cultural también se está midiendo en cuantos, debido a las nuevas concepciones economicistas a que se ha visto obligada a asumir esta actividad, para no desaparecer.
La mayor parte de las manifestaciones relacionadas con la crisis del arte y la actividad cultural se han quedado en el lamento, y no se escuchan voces convidando a volver sobre lo andado, para hacer averiguaciones que conduzcan a esclarecer cuál es el origen de la crisis, y muchos de quienes son consultados acerca del tema suelen responsabilizar de un todo a las tendencias, como si éstas fuesen actos automáticos desprovistos del control humano.
Uno de los principales problemas de la crisis a la cual nos estamos refiriendo es el desgano por hallar los antecedentes, lo cual nos autoriza a considerar como un hecho, que muchos de quienes andan involucrados en el tema cultural están convencidos de que la solución a la crisis es estrictamente de orden económico, con lo cual, este sector, por deficiencia de diagnóstico no solo puede mantenerse indefinidamente en crisis, sino, eliminar por completo su objetivo social, tal como ha venido sucediendo con la educación.
Hablar de la crisis del arte y de la actividad cultural en profundidad es un riesgo para muchos de quienes han conducido procesos, porque pueden terminar siendo responsables de haber ayudado de una forma u otra a generar algunas de sus causas, por acción o por omisión. Por acción, por haber promovido la modificación conceptual de la expresión arte, para excluir de éste definiciones relacionadas con la interpretación y transformación de la realidad, y apoyar su conversión en un ejercicio dedicado a fomentar la contemplación y el entretenimiento, y a la exaltación de lo estético, y por omisión, por haber seguido, sin analizarlos y sin prever consecuencias, los modelos impuestos por la globalización, cuyo objetivo es volver cada vez más inaccesibles ciertas actividades humanas en las que se puede expresar el pensamiento crítico, imponiendo complicadas operaciones económicas.
Una consecuencia muy clara de esta crisis es la consolidación de las minorías, tanto en la dirección como en el diseño de las actividades culturales, lo cual lleva al fortalecimiento de una aristocracia cultural, cuyo compromiso es la promoción y el establecimiento de modelos de gestión orientados a imponer las características que, de acuerdo con las nuevas concepciones de cultura debe poseer el producto artístico si quiere ser aceptado.
Es hora de empezar a preguntarse cuáles son las causas de la crisis del arte y la cultura, pues estamos seguros de que ninguna de ellas es de orden estrictamente económico, porque la actividad cultural, como estructura de formación, jamás ha contado con el dinero suficiente para actuar.