Zona de mutación

Dramaturgia de lo irrepresentable

Uno de los temas de la contemporaneidad, o para ser más exactos, desde que de una manera cruda y elocuente lo evidenciara «Shoah», el film parteaguas de Claude Lanzmann, parece remitirse a la dificultad de representar lo irrepresentable. Esto se podría captar, bajar a tierra como la dificultad de vérnoslas con aquello que superando los umbrales perceptivos, saturando los sistemas de captación sensible y consciente de lo que configura y define ‘lo humano’, puede ponerse -con hálito wittgensteiniano- como lo que no pudiendo verse mejor es no mirarlo. Esta fuerte paradoja de época, si se tiene en cuenta que los desafíos artísticos juegan a ir a los límites, a los extremos, con una radicalidad definitiva que no pocos asocian a una actitud suicida, debe zanjarse optando por portarse bien, aceptando lo que no podrá afrontarse ni hacerse. El principio de producción industrial de la muerte tiene como correlato objetor el de irrepresentabilidad, que no sólo ha de asociarse a cuestiones éticas sino a imposibilidades humanas entendidas estas en un sentido técnico. Lo llamativo es que dicha imposibilidad tiene, asimismo, rango industrial. Se reproduce el ‘no’, desde una insuficiencia del sentir que extiende peligrosamente la malignidad extramuros. El ‘memento mori’ se radicaliza a certeza ‘morituri.’. La precariedad del vivir parece justificar, ya no la vida como un don sino un vivir de regalo. El ‘disfruta que aún no has muerto’, como designio opuesto al ‘vive tu vida’ o al ‘vive como quieras’. La visión doblemente monstruosa, inmirable del testigo de los campos de exterminio con el del juicio paradigmático a Eichmann, certificado de la ‘banalidad del mal’. Lo monstruoso efectivo de la pila de cadáveres, lo monstruoso moral de una frontera de lo humano esgrimida como efectiva condición identificatoria, aviesamente diseñado por quienes hacen ver que la persona debe creer en lo que no cree que es. Por qué los pueblos no detienen la matanza de sus congéneres, como tampoco el funcionario asistido por el principio de cumplimiento del deber.

La saturación emocional, neuronal, produce un efecto cegador, un deslumbramiento paralizante. La imagen en la retina se quema. Las figuras o manchas espectrales post-retinianas, no son sino la certeza configural de lo monstruoso.

La nueva dramaturgia transita, no tanto por lo que se ve, como por lo imposible de ver. Lo que ya no se puede decir. Esta tragedia de la escritura está relacionada con la de acoger temáticamente los dilemas extremos, en la frontera kamikaze donde por una palabra se puede morir. No importan sus cadenas sucesivas, valen mucho más sus balbuceos. Sus glosolalias de derecho, graciosamente experimentales, lo son ahora de hecho, por imperio de las circunstancias. El ‘arma cargada de futuro’ de Celaya, ha llegado a este ‘jetzeit’, a este tiempo presente y se dispara. Una explosión de intiempo que podríamos caracterizar como el filósofo alemán Halmut Rosa: «el fenómeno histórico de la aceleración de los ritmos de la vida económica y social ha devenido en una fuerza totalitaria a la sociedad moderna; principio abstracto, omnipresente al que nadie puede escapar». Presa de su irrepresentabilidad, de su frontera humana, de su libertad como una jaula, no puede menos que asociar este destino al del baudelairiano párrafo de ‘Cohetes’: el mundo está por terminar. La hidra podrá elevarse en el delirio eugenésico, en la oscura conclusión del poderoso que saca cuentas sobre el exceso demográfico, para decir que sobra el noventa por ciento de gente sobre el bendito planeta.

Sobre el páramo humeante, el Arte se piensa en el dilema de ser semilla o abono de lo impensado.


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