Disciplina de voto
Tras otro 23-F en las que las calles volvieron a hablar, todavía con la resaca de esa ceremonia parlamentaria tan desalentadora en la que los políticos se empeñan en separarse de la realidad que afecta a la ciudadanía y en la que solamente se dedican a reafirmarse en su incapacidad para encontrar soluciones a los problemas en parte creados por ellos mismos, la vida debe continuar, con una carga de desazón acumulada, con una desafección por la clase política y este sistema que parece todo se está abonado para que germine cualquier populismo salvador.
Se escucha una cancioncita que tiene como estribillo ese concepto tan gregario de la disciplina de voto que parece el síntoma más notable de la falta de pulso político, de la llegada de individuos que solamente buscan una estabilidad, como una fiel infantería. Los parlamentarios parecen cumplir órdenes de sus partidos, que a su vez cumplen órdenes de instancia superiores, y mirando hacia arriba, solamente vemos gaviotas que se nos cagan en la cara, o cuervos que afilan sus uñas.
Todo esta disquisición llevada al terreno de la situación de las artes escénicas, me provoca una reflexión sobre lo que hemos hecho en las décadas anteriores. Y me sorprende al comprobar que después de la pasión asociacionista,, en estos momentos parece no existir nada, ni nadie que aglutine. Lo último que ha provocado una acción conjunta es la criminal subida del IVA al 21 %. Pero solventando el primer impacto, se asume dócilmente su presencia, y ya no parece existir ningún liderazgo. Y uno siente que en las campanillas resuena lo de la disciplina de voto. Es decir la delegación de voto, de representatividad en los demás, en las estructuras estatutarias, pero sin apenas participación individual.
Digo yo que la proliferación de asociaciones, de empresas, distribuidores, ferias de teatro, técnicos, actores, directores, autores, teatros, etcétera es algo lógico, normal, un buen síntoma democrático, pero lo cierto es que muchas no surgieron por un impulso asociacionista interno y orgánico, sino por una recomendación, cuando no imposición, de las administraciones públicas que preferían negociar con unas pocas personas, que tener que soportar unas cascadas de casos particulares.
Se entiende, es probablemente más operativo, pero me temo que se consideró que el esfuerzo era registrar los estatutos, ponerle un nombre, votar las juntas directivas, y después a esperar el maná. Que los presidentes o ejecutivos llegaran cada equis tiempo para contar la cantidad de ayudas recibidas o prometidas, pero que además de esa no había mucha más vida asociativa que sirviera para la formación, la información y la planificación del futuro.
Y esa renuncia, parece ser que muy generalizada, en la participación en sus sindicatos, asociaciones, federaciones, ha propiciado no tener recursos ideológicos apropiados, liderazgo suficiente, ideas asumidas, alternativas a lo que está sucediendo. Ahora es el momento de reunificarse, de buscar plataformas comunes, de crear un movimiento amplio, asambleario, sin gremialismos, sino con vocación de acción positiva, no solamente de defensa, sino de ataque, de crear propuestas y de ponerlas en práctica. Romper con la disciplina de voto, o con la de pertenencia, quizás, metafóricamente, acabar con el reinado absolutista del secretario general, para desde la libertad participar en los movimientos que ya están en marcha o los que se creen. Que cada cual defienda conjuntamente nuestro futuro, pensando en primer lugar que pertenecemos a una actividad cultural, artística, las artes escénicas, que deben estar al servicio del pueblo, no solamente del público.