El Hurgón

¿De qué reímos?

No podemos negarnos de manera caprichosa a creer que quien toma la decisión de hacer reír a través de cualquier medio lo hace con la intención primaria de divertir; pero no estamos muy seguros de si dicha intención es un acto altruista, cuyo objetivo es mejorar el estado de ánimo del espectador, o una acción mecánica, obligada por la necesidad que tiene quien intenta hacer reír, de sumarse a la estructura actual de entretenimiento, impulsada por la inercia, para competir y mantener vigente su nombre, y por eso nos vienen algunas dudas, a las cuales hemos decidido referirnos esta semana.

Estas dudas surgen, porque en cada visita que hacemos a los diferentes lugares en donde se hacen espectáculos escénicos, y cuando escuchamos y vemos sobre los mismos en los medios, advertimos que la pretensión fundamental de la mayor parte de quienes los hacen es desatar la risa, con lo cual desdeñan cualesquiera otra consideración de las que tradicionalmente ha hecho uso el acto escénico, como por ejemplo, plantear un problema y dejar al público la tarea de llevarlo puesto en el pensamiento, para digerirlo después del acto.

Hacer reír se ha convertido en la esencia de todo acto escénico, y esta tendencia, convertida casi en dogma, porque quien no es capaz de cumplir con dicho requisito es excluido de la actividad, está llevando al acto escénico a desechar un importante bagaje de conocimientos y habilidades que han sido fruto de una larga historia de pruebas, caracterizadas por errores y ensayos, para cuya consolidación dedicaron su existencia directores de escena cuya vida transcurrió en los tiempos en los que el teatro y cualquiera otra actividad que se hiciera sobre el escenario tenían como objetivo fundamental compartir con el espectador el análisis de situaciones que concernían a todos y adquirían por ello connotación social.

Pero, el problema no está en hacer reír, pues negarse a considerar el valor social de la risa sería como retroceder en el tiempo y reconocer lo que otrora era dogma de fe y es que la risa era una especie de expresión maliciosa de quien ocultaba algo, es decir, una forma de compromiso con lo demoníaco, sino saber realmente hacia dónde quiere ir quien tiene el propósito de hacer reír con un espectáculo, y si aparte de buscar reconocimiento es consciente de las responsabilidades del actor, entre las que se cuenta mantenerse preparado para ejecutar, cada vez que sube al escenario, un acto de comunión social capaz de trascender, y con la fuerza suficiente para evitar que lo expresado sea un discurso compuesto de ideas desechables, como suelen ser la mayoría de los discursos en la época actual, y si tiene claro que la risa es, ante todo un asunto tan serio, como que ha sido un vehículo con cuya ayuda se han develado, en forma solapada, muchas realidades que han servido para ilustrar a los seres humanos acerca de sus mezquindades, audacias, bondades, etc.

Por analogía se nos cruzan en el camino algunas preguntas, cuyas respuestas son indispensables para responder a las dudas, y son: ¿conocen, quienes se esfuerzan por hacer reír, las conexiones que tiene la risa con el desarrollo del pensamiento?, y ¿qué tanto saben de humor, y de las consecuencias del mismo quienes buscan despertar la risa con sus actos?

Pero, una pregunta que nos parece imprescindible para comprender si la risa, tal como ha estado sucediendo con otras expresiones del ser humano, ha perdido sentido y tiende por ello a convertirse en un acto mecánico, porque muchos terminan riendo, sin saber porqué, es la siguiente:

¿De qué reímos?


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