Zona de mutación

El arte libera

Si es cierto que hay una resiliencia implícita en la obra artística a devenir mercancía, es apropiado decir que la simple postulación creativa enarbola un ejercicio de denegación del capitalismo.

Crear no es una simple enemistad sino una socavación del orden establecido.

El orden instaurado desconfía de los hombres-poetas. Cuando esta desconfianza la ejercen antiguos colegas devenidos funcionarios, se puede certificar en el cuerpo su valor de baba deletérea.

La auto-gestión dentro de la democracia burguesa, es motivo de sospecha porque por ella se desarrolla la capacidad de crearse a sí mismo. Ya no a imagen y semejanza según las prescripciones o mandatos de aquella, sino a través de la propiedad de resolver por la forma el caos de la materia y constituirse así, en portador no tanto de lo que salva, sino de lo que penetra.

El arte horada, traspasa y se escabulle por su capacidad para ponerse fuera del tiempo.

En la creación no hay engaño, ni necesidad de tragarse la píldora. Las obras de arte son una estatuaria que dice lo que es, frente a una estructura encargada de escamotear la realidad.

El arte se levanta para desmentir la acción de la realidad. Por eso solo, el sistema imperante no puede reclamarse justo. Su enemigo lo delata.

La búsqueda de la forma que lograra conformarlo es incesante e inatrapable. Insistir en ella desvirtúa las fijezas sobre las que se instaura toda forma de anulación y dominio. El artista lo sabe por lo que, cuando finge ignorarlo, es en verdad que se está traicionando. Y no falta el traidor que hace de su impostura un mérito.

La innegociabilidad de la forma no está sujeta al humor de los coregos. Es que sus perfiles acrisolan el valor de una visión.

Qué consecuencias políticas sobrevienen a la negativa del artista a asumirse creador. El hecho de reivindicarse reproductor, intermediador, pone fin a su don generador. Y no hay arte que se legitime en su abjuración.

Si el arte no horada sus instancias comerciales es que se conforma con el abrazo acuciador de la compraventa. ¿Es una instancia superadora prescindir de la sustracción antropológica que la compra de un alma le produce a un cuerpo?

Hay un arte mundano, suelen decir los amputados, que se nutre de su mundanidad, y todo cuestionamiento a la misma no es sino la mojigatería de los que prescinden de la ansiedad por vivir de su trabajo.

El arte vive también de su prescindencia, de la apariencia que no ser arte no es sino una detracción de los impolutos y puristas. Es que es mejor que el arte no tenga que aompañarse por la metacrítica que le indica cuando ya ha dejado de serlo.

El arte es un campo natural para el dispendio de los impostores.

El arte vive de su simulacro, de su proverbial imitación. El artista hace de su apostasía un pretexto engañador. Una justificación. Una remisión exculpatoria a las imposiciones impostergables de la biología. La carencia no sólo justifica todo sino que es un motivo impar de santificación. La deserción como mérito.

No hay artista que se desentienda de la incondicionalidad del arte.

El arte como pensamiento creativo no se detiene. El artista no saca la mano después de su obra.

La sola mención de lo que el arte es connota lo que no es. De aquí que el propio sistema dado de cosas trate de hacer aparecer ‘demodé’ los planteos artísticos, tratando de obviarlo como la fuerza paralela que es. Es que es inevitable que en él abreven finalmente sus abjuradores.

Finalmente, la labor de los apóstatas, en mérito a lo dicho, no es sino la de afianzar el complejo de fuerzas que conforman el capitalismo, lo que les impide ocupar con la misma legitimidad, el de las pulsiones destinadas a orquestar las condiciones idóneas para la liberación de él.


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