Sangrado semanal

Hasta perdernos del todo

Emprendí una huida hasta perderme del todo. Así comienza el relato de uno de los pasajes más determinantes de la vida de alguien que se convirtió en artista. En su caso, realizar el largo descenso a los territorios de Hades, señor del submundo, fue vital para dar un vuelco a la existencia y comenzar de nuevo, construyéndola, ésta vez, desde el prisma de la creación.

Descubrí el arte. Estoy salvado. Ésta podría ser una máxima válida para muchos de los seres con cierta tendencia a la melancolía. Utilizar el arte como terapia posee igual número de amigos que de detractores y, sin embargo, dudo que haya artista alguno en esta tierra que no esté canalizando cierta angustia existencial a la hora de crear.

Busca, busca, busca, no dejes de buscar. Decía hace pocos días Juan de la Zaranda desde la pantalla de un ordenador. El arte es búsqueda, el teatro es búsqueda, candil en mano, envueltos en la oscuridad. En el mundo de la creación, anidar en territorio conocido sólo puede llevar a la modorra, al abotargamiento, a la papada y al anquilosamiento de las carnes fecundas.

La nada aterroriza. Más, incluso, que la propia muerte. En la vida de muchos creadores reina una actividad febril. Nos sumergimos en corrientes intensas que pueden durar días, meses, incluso años. Vamos a tal velocidad que las caras, las casas, los meses y hasta la compra de todos los días pasan por nuestro lado desfiguradas, como si las viéramos a través de la ventanilla de un tren bala japonés. Cabalgamos olas poderosas que nos arrastran durante lo que parece será toda una vida.

Todo tiene sentido hasta que deja de tenerlo. Y, entonces, nos detenemos. ¿O quizás es al revés? Puede que nos detengamos porque todo lo que tenía un sentido ha dejado de tenerlo. Sea como fuere, lo que suele suceder, entonces, es que la vida se nos cae encima, provocando una oscuridad con hedor a bestia inmunda que en nada se parece al cálido manto que envuelve la búsqueda artística con candil.

Los periodos de barbecho son necesarios. A pesar de ser muchos los que no solemos saber llevarlos. El ciclo «Vida-Muerte-Vida» resulta difícil de encajar en nuestro molde «cuerpo-mente». Por ello nos podemos encontrar durante largo tiempo intentando encajar una figura con forma de estrella en el molde de un cuadrado. Existe un libro de Clarissa Pinkola Estés que arroja alguna semilla sobre el tema que nos ocupa, que no es otro que el de una tierra aparentemente yerma. «El jardinero fiel» se llama el volumen en cuestión.

La melancolía tiene el dulzor amargo de las flores secas. Gloria Fuertes parió un poema llamado «La Huespeda». En él explica muy bien el proceso de acomodamiento de la angustia en nuestras vidas: Cuando llega, nos suele pillar flojos, en mal momento, así que le abrimos la puerta y le damos manta y comida. Dice la poeta que esta fulana suele adularle los versos, intentar matarle con su vino o con su droga barata de tristeza. Finaliza este poema con una pregunta aterradora que revela la auténtica peligrosidad de este tipo de visitas. Nos pregunta la escritora: ¿Cómo voy a echarla si me vino preñada de esperanza?

El instante es eternidad. Había una vez unos indios que no comprendían lo que significaba estar encerrados. Así que cuando los metían en prisión, morían. En sus mentes no cabía la posibilidad de que fueran a ser liberados. Cuando los periodos de tristeza se ciernen sobre nosotros solemos convertirnos en estos indios, porque la propia naturaleza del periodo oscuro conlleva no ver más allá y sentir que la condena es de por vida. Aunque te vayan a soltar mañana.


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