No a cualquier precio
Érase una vez un pueblo al lado de un río entre dos montes verdes en un lugar privilegiado a cuatro kilómetros del mar. Contaba con un núcleo pequeñito de casas entre las que despuntaba una iglesia en lo más alto y un entorno salpicado de caseríos. Había también una amplia taberna en el centro del pueblo y un par de merenderos a las afueras. El lugar era paradisíaco, sus habitantes estaban orgullosos de sus vidas y de su entorno. A la cabeza su Alcalde con su único empleado municipal, el Alguacil, pero como alguacil de aquella época no llevaba libreta de multas, no existían y daba su vida en servicio de sus vecinos. La taberna era el núcleo neurálgico de la población. Ahí se cocía todo: las apuestas con el morrosko del lugar, los partidos de pelota con Joxé, el pelotari, las partidas interminables de cartas, las rifas para las fiestas patronales… El pueblo se ubicaba muy cerca de una incipiente ciudad que estaba creciendo y expandiéndose pausada pero firmemente. Una vez al año, la ciudad organizaba por el río una Romería acuática que desde la ciudad, en góndolas venecianas, llegaba hasta las praderas de nuestro pueblo donde se organizaban juegos acuáticos, competiciones rurales, bertsolaris y una merendola campestre con su fiesta. Fiesta amenizada con la consiguiente música y sus bailables. Un famoso poeta eternizó la estampa en un verso singular: «Behin batean….»
El tiempo pasa sin mayores incidencias en el pueblo hasta que convocan al Alcalde a una reunión en el Gobierno Militar. Quieren montar un Cuartel del Ejército en las praderas del pueblo. Traerá prosperidad pero cambiará radicalmente la vida del lugar. El Alcalde dice: -«Pero, Señor…». –»No hay peros que valgan, es una decisión tomada y viene de muy arriba. En tres años se movilizarán 4.000 soldados y se edificarán también edificios auxiliares para los oficiales», le contestan. El Alcalde, bajó la cabeza y regresó preocupado a su pueblo, al que miró con una sombra de incertidumbre.
Pasados unos años, la vida del pueblo se transformó profundamente. Las praderas fueron ocupadas, el núcleo del pueblo creció y se expandió a través de unos horrendos edificios, los bares y tabernas también se multiplicaron por mucho. Y las fiestas y romerías desaparecieron para siempre. Se abrieron negocios. El Cuartel inteligentemente gastaba fondos en el pueblo. Creció la ferretería, montaron una botica, se abrieron tiendas de comestibles, hasta una discoteca. Los bares vendían bocadillos y cigarrillos en cantidades industriales a los 4.000 soldados hambrientos que salían a pasear cada fin de semana. Y comenzó a entrar dinero en las arcas del municipio. La población se multiplicó por cinco.
El Alcalde, preocupado por la calidad de vida del lugar, decidió suplir el deterioro ofreciendo servicios y nuevos alicientes a sus ciudadanos. Financiaron un equipo de balonmano a través de una fábrica cervecera que también se había asentado en el lugar, adecentaron el frontón, rehabilitaron un edificio convirtiéndolo en centro cultural y construyeron un teatro. El teatro era lo que más le gustaba al Alcalde. Era un teatro con un aforo considerable habida cuenta la población del pueblo. Se programaba teatro cada 15 días, por orden expresa del Alcalde, el cual además competía con los teatros de la ciudad más grande que tenía tan cerquita. Quería que el teatro estuviera siempre lleno y pagaba puntualmente a los artistas. Le gustaba mirar entre bambalinas el desarrollo de las funciones y enloquecía cuando el público gritaba «bravos» desde la platea. Los ciudadanos estaban felices porque además la entrada era simbólica, no llegando al 15% del desembolso efectuado. El Alguacil siempre repetía: -«Señor Alcalde, hay que subir el precio de la entrada, es demasiado barato. La gente no lo valora suficientemente. Deben colaborar a que la actividad sea sostenible. No debemos regalar los espectáculos. Los vecinos deben ser corresponsables con el tamaño de la inversión» Pero el Alcalde temía no llenar el teatro y seguía en sus trece año tras año.
Así las cosas, por cuestiones que no vamos ahora a detallar, el Ejército decide transportar el operativo a otro cuartel a 150 kilómetros y desmantela las instalaciones. El pueblo sufre un importante varapalo económico, debe sufrir una adaptación brutal a la nueva situación. Debe aprender a sobrevivir con menos. El Alcalde contempla acongojado cómo las arcas municipales no están tan alegres como había sido costumbre en los últimos 25 años. Y lo peor, su proyecto personal, el teatro entra en franca barrena. Ya no puede contratar compañías ni grandes ni pequeñas. Ya no puede disfrutar con la magia de las artes escénicas. Desesperado, se le ocurre contratar tres compañías a borderó, a taquilla. Lo recaudado íntegramente para los artistas. Parece justo pero…el Alguacil le dice: -«Señor Alcalde, hay que subir el precio de la entrada porque con estos precios que hemos venido cobrando en los últimos 25 años, no hay manera de que las compañías puedan pagar sus gastos. Los artistas también comen y tienen familia.». El Alcalde, por fin, viendo la evidencia, contestó: -«Que así se haga». Y se hizo, y el público no acudió al teatro al comprobar que se había multiplicado por 3,5 el precio de las localidades. Y fue un rotundo fracaso. Y nadie más quería trabajar en ese teatro. Estaban «muertos», estaban acabados, había que cerrarlo. No tenían futuro. El Alcalde comprendió y le dijo al Alguacil: -«Si te hubiera hecho caso…, ya es tarde. No tenemos nada que hacer». El Alguacil, reflexionando le dijo: -«Vamos a juntar a los vecinos más activos para ver cómo lo ven. Antes que rendirnos, habrá que pelear por salvar el teatro». Y se pusieron manos a la obra. Convocaron a tres aficionados fieles, convocaron a dos representantes de los jóvenes del pueblo, convocaron a la que organizaba las fiestas, Antoñi, convocaron a Kike, que había estudiado teatro en el extranjero, a Titín, el cocinero y a Fernando, el Párroco.
Todos coincidieron: ¡vamos a trabajar desde la base! Organicemos cursos y talleres, acojamos una compañía en residencia que dinamice el espacio. Ayudemos a los que quieran estudiar teatro. Cedamos locales para la creación. Propiciemos intercambios entre los artistas. Facilitemos la creación y el mestizaje de las Artes. Invitemos a profesores a pasar unos días con los interesados en el pueblo. Pongámonos a trabajar desde la base. Creemos puentes de colaboración entre los ciudadanos y los artistas. Rememos todos hacia la misma dirección y sincronizadamente. Abramos las puertas del teatro. Unámonos y trabajemos juntos. ¡Nos costará pero lo conseguiremos!