Incendiaria en combustión

Voz interior

«Tal vez seamos mansas pero nuestra función es feroz», dijo Clarice de repente. Es curioso como, sin preverlo, el personaje se vuelve persona real, se coloca a tu lado y te dice con serenidad: «Yo no soy lo bastante adulta para saber usar una verdad sin destruirme. ¿Y tú?»

Como su ex – escritora transformada súbitamente en interlocutora la miré allí sentada a mi lado. Yo la miraba y no conseguía cerrar la boca. El personaje, que se había vuelto persona real, me preguntó sin pestañear: «Pareces descolocada. ¿Sabes dónde estás? Porque si no sabes dónde te encuentras puedo darte algunos consejos». Y mientras la miraba sin conseguir cerrar la boca, seguí sus recomendaciones para intentar saber dónde estaba yo: apagué todas las luces y permanecí inmóvil con ella durante horas en medio de la oscuridad. Para saber qué era exactamente todo aquello que me rodeaba. Para saber si quería seguir allí.

«A veces pasa», me dijo. «A veces, en el lugar más inesperado una se pierde. Entonces hay que apagar todas las luces o cerrar los ojos. La oscuridad no es el mejor momento para decidir hacia donde caminar pero sí puede ser un buen momento para comprobar tu lugar. Comprobar cuál es el lugar en el que estás es el mejor método para no perderte. Y te lo digo yo, que he tenido que permanecer totalmente expuesta muchas veces y perder todas mis maletas con mis iniciales grabadas. ¿Tú tienes maletas con iniciales grabadas?», me preguntó. Yo le respondí en medio de aquella oscuridad, negando con la cabeza y con la boca aún abierta.

«Te podría haber pasado en medio de una carretera de Kerala, pero sucedió dentro de casa al mediodía. Cuando estás perdida en medio de la oscuridad, párate varios minutos. Vas a comenzar a ver y a oír. Cuando empieces a ver y a oír, vas a poder tomar una dirección y tal vez encuentres un sentido. Te podría haber pasado en medio de una carretera de Kerala, pero sucedió al mediodía dentro de casa», continuó diciendo sin pestañear en medio de aquella oscuridad. Podría haber aparecido en cualquier lugar. Podría haber surgido durante una carrera desesperada entre Bouzas y Lavadores, en pleno centro de la Grand Place, en medio de la Avenida Paulista o en una calle sin nombre de una ciudad sin nombre y sin leyenda, pero aquella reflexión de aquel personaje transformado en persona real apareció en mi casa porque era allí donde estaba yo, tan perdida y con la boca abierta.

Y en medio de la oscuridad me volvió a preguntar: «¿Tú sabes qué es el mar?» «Claro», le respondí. «¿Tú has mirado alguna vez el mar?» «Claro», le respondí. «¿Tú sabes mirar el mar?», insistió. Yo volví a quedarme con la boca abierta, esperando mi propia respuesta. «Mirar el mar es como mirarte a ti misma. Para mirar el mar no basta con mirar, hay que arriesgarse a ahogarse. ¿Has entendido algo de lo que hemos hablado?», sonrió. Entonces, cerré la boca sin pensar, abrí los ojos y vi como el personaje tenía una aclaración a pie de página: «Cada vez que abras los ojos preocúpate solo por una cosa: que la vida valga la pena».


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