Una genialidad técnica
El 15 de mayo de 2000, lunes, la compañía de Yury Grigorovich se presenta en el Teatro Victoria Eugenia. El gran Grigorovich, bailarín solista del Ballet Kirov hasta 1962 pasó a ser el Director Artístico del Teatro Bolshoi en 1964. Obtuvo fama mundial por sus coreografías La flor de piedra de Prokofiev y por The Legend of Love. Estuvo casado con la primera bailarina del Bolshoi, Natalia Bessmerthova. Cuando fue destituido del Bolshoi en 1995, su mujer lideró una huelga histórica que hizo suspender varias funciones. Desde ese mismo año, Grigorovich montó su propia compañía.
Con este nuevo proyecto presenta un «Don Quijote» en San Sebastián. Aquel día las cosas no funcionaban como debían y la actuación iba convirtiéndose poco a poco en un pequeño desastre artístico. El cuerpo de baile iba a su aire, no había excesiva coordinación, los retrasos en las entradas eran frecuentes, incluso la primera bailarina cuando estaba elevada por un bailarín de casi dos metros en lo más alto, venció hacia atrás y calló de espaldas, a plomo, recibiendo un tremendo golpe en el cuello. Sonó feo. Se levantó lo más rápido que pudo y siguió bailando semi conmocionada. ¡Podía haber sufrido lesiones de consideración! Grigorovich, estupefacto, seguía la función escondido en el proscenio derecho del teatro. Realmente no fue una gran función, seguramente no fue la mejor que habían realizado pero en aquel lunes tan gris, se llegó al final y el público aplaudió muy educadamente agradeciendo el esfuerzo y el trabajo realizado. El público abandona la sala tranquilamente unos minutos más tarde.
Lo que no contábamos era con lo que pasó después. El coreógrafo y director de la compañía accede al escenario con un enfado superlativo. El Sr. Grigorovich convoca a todos los bailarines y bailarinas a escena y muy enfadado comienza una clase y a realizar ejercicios de repetición. La tensión se mascaba en el ambiente. El cuerpo de baile estaba cansado después de todo el día de trabajo, incluida la función. El coreógrafo gritaba y tenía una cara difícil de describir. Su actitud generaba gran preocupación en sus interlocutores. El idioma ruso no lo entendíamos pero piropos precisamente no les estaba diciendo. Aquello parecía que iba para largo y estaba tomando tintes realmente dramáticos. ¿Qué se podía hacer?.
Entonces, los técnicos del teatro, en un momento de genialidad e inspiración comienzan a bajar las varas en el escenario por encima de las cabezas de los bailarines y bailarinas y del propio Grigorovich. Poco a poco van descendiendo las varas y no había ningún indicio que indicara que se iban a detener. Grigorovich, sorprendido primero y fuera de sus casillas después, dedicó unas cuantas lindezas en ruso a los técnicos del teatro y tuvo que dar por finalizada la clase-castigo. Las varas llegaron hasta abajo del todo. En ese momento, con todos los artistas en camerinos, se vuelven a subir y se recoge el espectáculo, dando por finalizada una larga jornada de trabajo en el teatro. Una situación extraordinaria en el teatro que fue solucionada con una genialidad técnica.