Max Black/Murmurs/XXX Festival de Otoño en Primavera
Espejismos
Es como en esas tardes lluviosas, frías, en las que todo se presenta mal. Las gentes salen presurosas de la oficina, se meten en las tiendas o en el metro y tú te refugias en un portal. En un gesto instintivo, echas la mano al bolsillo de la gabardina en busca del tabaco y recuerdas que dejaste de fumar. Sorteando paraguas, te lanzas de nuevo a la vorágine; todo salvo volver a casa. Si lo hicieras, se te caería encima el universo: la mujer y los niños, la hipoteca, la servidumbre voluntaria, la falta de oportunidades, el bloqueo total… Así que te metes en un bar. Un sitio un poco cutre, así como de los sesenta, repintado, con tubos fluorescentes y que huele a zotal. Servilletas y restos tirados por el suelo, el eterno partido – debe ser siempre el mismo – en el televisor, reclamos de platos combinados cubriendo la pared y en una mesa del rincón, tres chicas más bien gordas hablando a voces de sus cosas. Pero al primer sorbo de cerveza, todo empieza a cambiar: la luz baja de intensidad y se hace íntima, casi acogedora; ya no huele tan mal e incluso el suelo parece que está limpio. Y de las tres, hay una que no está nada mal. ¡Aquellos viejos tiempos con un whisky en la mano, rodeado de amigos y con toda la vida por delante! Y entonces se te escapa y le dices al mozo que te sirve: «¡Póngame otra, por favor!»… y todo va a mejor.
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Y es que hay veces que para resistir el chaparrón que está cayendo no queda más remedio que abandonar, aunque tan sólo sea por un rato, ese escenario miserable y sombrío al que llamamos realidad y dejarnos llevar aguas arriba por el ensueño y la imaginación. Así que, tras el grito y la denuncia del Ping Pang Qiu de Angélica Liddell y el arrebato del Alexis de Motus, el Festival nos da un respiro con la presentación de dos montajes que por su inventiva y fantasía, estando las cosas como están, parecen espejismos en medio de las ruinas de la ciudad: el Max Black de Heiner Goebbels y Murmurs (Murmures des murs) de Aurélia Thierrée.
Heiner Goebbels es un habitual del Festival de Otoño, en donde se han visto creaciones suyas como Eraritjaritjaka (2005), Schwartz auf Weiss (2007), Stitfers Dinge (2008), I went to the house but did not enter (2008) o este mismo Max Black, que ya fue presentado en Madrid en 2002 por el Théâtre Vidy-Lausanne, también con André Wilms como maestro de ceremonias. Nacido en 1952 en la ciudad alemana de Neustadt y ubicado en Frankfurt a partir de 1972, Goebbels estudia música, su gran vocación, y sociología, carrera ésta más acorde con unas inquietudes sociopolíticas que le llevan a fundar un grupo de instrumentos de viento con el que, de 1976 a 1981, acompaña numerosos mítines políticos y reuniones sindicales. Son también los tiempos del Goebbels/Harth-Duo (1976-1988), agrupación de música experimental que gira alrededor de las enseñanzas del compositor Hanns Eisler, y del art-rock-trio Cassiber (1982-1992), un grupo de «free-jazz» y «speedy punk» que obtiene un éxito mundial con sus giras y su discografía. También a partir de mediados de los ochenta, Goebbels empieza a escribir y dirigir para la radio toda una serie de guiones basados en la obra de su amigo Heiner Müller – Orilla degradada, La liberación de Prometeo o Camino a Volokolansk entre otros – que reciben multitud de premios. Ligado desde joven a la escena, para la que realiza innumerables partituras y espacios sonoros, el compositor presenta en 1993 su primera pieza de teatro musical («music theater»), Ou bien le débarquement désastreux, en el Théâtre des Amandiers de Nanterre (París). A partir de ese momento, Goebbels va a ir alternando sus piezas de «music theater» con «stage concerts» (conciertos escenificados) como el ya citado I went to the house but did not enter, en los que son los propios cantantes o instrumentistas quienes actúan como actores. Todo sin olvidar su carrera como compositor que le lleva a estrenar su primera ópera, Paisaje con parientes distantes, en 2002 o a entregar su composición De un diario a la Filarmónica de Berlín para que la interprete, bajo la dirección de Simon Rattle, en Berlín, Salzburgo, Londres, Nueva York y San Francisco.
Max Black, basada en textos de Paul Valery (1871-1945), el físico experimental Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) y los filósofos Ludwig Wittgestein (1889-1951) y Max Black (1909-1988), se estrena en el Théatre Vidy-Lausanne el 21 de Abril de 1998. Así a primera vista, uno podría resumir la función como una exposición continuada de una serie de ensayos de física recreativa. El actor André Wilms, investido con una bata blanca que le confiere la condición de científico, corre de un lado a otro de su laboratorio atendiendo a sus diversos aparatos. Nadie piense que nos encontramos en el CERN o en una empresa «high-tech» de Silicon Valley: de lo que aquello tiene pinta es más bien del laboratorio del doctor Frankestein con sus mecheros Bunsen, sus alambiques y retortas, sus conmutadores eléctricos y una bicicleta del revés. De ahí la referencia a Christoph Lichtenberg, contemporáneo de Goethe y Kant, que fue el primero en ilustrar sus clases de la Universidad de Göttingen, en pleno siglo XVIII, con experimentos científicos relacionados con la electricidad y los materiales dieléctricos. O la presencia de textos de Paul Valery, admirador de Goethe y apasionado por la óptica y la biología. En cuanto al filósofo Max Black que da nombre a la pieza, coincidió en la universidad de Cambridge con el propio Ludwig Wittgenstein, además de con Bertrand Russell, George Edward Moore y Frank Plumpton Ramsey, padres todos ellos de la filosofía analítica y de sus aplicaciones a las matemáticas, el mundo de la lógica y la lingüística. De modo que la selección de fragmentos de estos autores en la obra no es casual: Goebbels, que es un creador postmoderno, nos está hablando del nacimiento de la modernidad. Pero, como es habitual en él, no se queda en el espíritu de la letra sino que eleva su discurso al plano artístico. Y es que esa especie de profesor chiflado que interpreta el gran André Wilms es capaz de montárselo todo él solo. No le basta con realizar los experimentos – con el consiguiente aparato de luces, chispas, llamaradas y algún que otro apagón eléctrico – sino que produce sonidos – ¿o son ruidos? – que Goebbels, a ratos ayudado por Maurice Ravel, transformará en música de escena escrita, como él dice, «para actor, ingeniero de sonido y mezclador». Y ahí es donde destaca el genio del artista, componiendo una partitura musical a partir de una serie de conceptos y de su puesta en práctica instrumental. No es de extrañar que se haya convertido, con Bob Wilson, en una figura fundamental del llamado teatro «postdramático» ni que, como auguraba Hans-Thies Lehmann, su «teatro musical» tienda cada vez más a la «performance», como tuvimos ocasión de ver con su Stitfers Dinge, hace unos años, en este mismo festival (una pieza en la que un robot compuesto por un amasijo de pianos desvencijados sustituye a la figura humana).
Si el de Goebbels es «teatro musical», el de Aurélia Thierrée se define a sí mismo como «visual». Y es que, si en Max Black, lo que vemos y escuchamos en escena «oculta», por decirlo así, todo un «constructo» intelectual, en Murmures des murs (Murmurs), la segunda obra teatral protagonizada por la hija de Victoria Chaplin y Jean-Baptiste Thierrée, no «vemos» más que lo que sucede sobre el escenario. Lo que no quiere decir, de ningún modo, que no haya trampa ni cartón, ya que, precisamente, son la manipulación y el trampantojo las dos patas que sostienen la función. Heredero de ese teatro onírico, popular e ilusionista que, incluso antes que el texto, siempre ha constituido la base del arte de la escena en sus variantes de parodia, pantomima, equilibrismo, danza o acto de payasos, conjugadas con la utilización a ultranza de todos los recursos de tramoya, el «teatro visual» de Aurélia Thierrée (o, para ser exactos, de su madre, Victoria Chaplin, que, según el programa de mano es quien ha diseñado la función) le añade al espectáculo un toque de surrealismo que no deja de ser inquietante. Como ocurre en el teatro del absurdo – Adamov, Arrabal, Topor, Vian – el sueño se convierte en pesadilla con una frecuencia mayor de lo normal: los muros tienen vida propia, las casas y las calles también, y las ciudades están habitadas por hombres sin rostro que en cierto modo nos refieren a una población de zombíes. Pero al final todo se resuelve para bien y los protagonistas salen vivos hasta del fondo del mar. Lo suficiente, por lo menos, para marcarse, en el más puro estilo «apache», una impresionante «java». Si algo caracteriza a este teatro de la ilusión, es que su factura ha de ser impecable: al contrario que en el teatro ordinario, nadie admitiría el menor fallo que le devolviese a lo «real». Y en este sentido tanto la actuación de Aurélia Thierrée como la de sus dos acompañantes, el bailarín Jaime Martínez y el acróbata Magnus Jakobsson, es verdaderamente excelente.
Ciencia y poesía contrastadas pero igual espíritu en ambas obras: una superación de la realidad que, sin darla de lado ni tergiversarla, nos lleva al terreno del arte. Una transmutación que, lejos de la inmanencia del drama realista, también es una forma de contemplar la vida y de revelarnos su verdad. Y de aportar un poco de aire fresco por un rato.
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Se ha debido de terminar el partido porque hay anuncios en la televisión y unos chavales que estaban sentados en la barra se levantan enfurecidos. Se ve que los suyos – o deberíamos de decir siempre «los nuestros» – han perdido. Las chicas siguen allí, a lo suyo. Y tú te has pasado de beber, como de costumbre. Pagas y sales a la calle. Por lo menos no llueve y parece que hace menos frío.
David Ladra
Título: Max Black (en francés) – Concepción, música y dirección: Heiner Goebbels – Intérprete: André Wilms – Escenografía y diseño de iluminación: Klaus Grünberg – Pirotecnia: Pierre-Alain Hubert – Vestuario: Jasmin Andreae – Creación del espacio sonoro: Willi Bopp – Producción: Théâtre Vidy-Lausanne E.T.E. (Suiza) – Teatros de Canal (sala roja) del 8 al 10 de Marzo 2013
Título: Murmurs (2011) – Concepción y dirección: Victoria Thierrée Chaplin – Intérpretes: Aurélia Thierrée, Jaime Martínez y Magnus Jakobsson – Escenografía: Victoria Thierrée Chaplin – Vestuario: Véronique Grand, Jacques Perdiguez, Monika Schwarzl y Victoria Thierrée Chaplin – Coreografía: Victoria Thierrée Chaplin y Armando Santin – Teatros de Canal (sala verde) del 4 al 7 de Abril 2013