Zona de mutación

Teatro y estupidez militante

TTanto se habla de un teatro inteligente que ipso facto la mente dibuja uno estúpido. La facultad para reproducir lo que algunos considerarán lo malo, alcanza para prefigurar lo que desde el punto de vista ético, cualquier actividad, en la que podría contabilizarse al teatro, no deberá favorecer. Debe considerarse la caída en la estupidez como una amenaza que alcanza para poner fuera del riesgo propio de sucumbir a ella. La ‘bêtise’ que apasionara como tema artístico y de reflexión a Flaubert, no era otra que la propensión o caída de las personas en la maligna conformidad del lugar común y el verse celebrado en lo ya conocido. La seguridad espiritual no pareciera sino un matiz de tal ‘bêtise’. No es menos cierto que el teatro, como caja cultural, como monumento, ha sido cómplice y responsable de hacer caber entre sus columnas matéricas y virtuales, a quien se presupone como enemigo. La sala teatral, no pocas veces, pasó por ser la superficie lisa por la que caminó con máxima propiedad, el insecto de la estupidez, haciendo gala de las fuerzas de Van der Waals que lo aferran a él. Allí se ha engalanado hasta transformarse en verdadero poder, la banalidad. El apego a ella que manifiestan numerosas personas, apelando a mil auto-embaucamientos para justificarlo, ha hecho hasta imposible sustraerse a sus avasallamientos. Es como si la historia de la cultura humana fuera reacia a aceptar este monumental envoltorio arquitectónico, destinado a que cualquier tonto pueda encontrar allí confirmadas sus razones. Los diseñadores se exculpan diciendo que no puede imputárseles a ellos por cómo se usa a estos edificos, que junto al templo, constituyen las construcciones emblemáticas y perennes de la cultura occidental. Es que la inteligencia es como una cima que pretende anular los recorridos para llegar a ella. Partir de una inteligencia de hecho, es un prejuicio moral que pretende anular de la misma forma, la existencia de su opuesto.

Las categorías de análisis por lo general indican por cantidad de espectadores, su condición de ‘teatro comercial’ o ‘teatro elitista’, cuando muy bien podrían crearse unidades de medida devenidas de un gradiente que capaz de indicar la vocación de estupidez, aunque el estúpido no sepa (o no quiera saber) que lo es. Entonces que un edificio sea la joya propulsora de esta extendida pasión, siembra de sospechas a aquellas acciones destinadas a enfrentarla. «La ‘bêtise’ es una forma de manejar con orgullo y constancia la estupidez», dice Umberto Eco. Esto podría autorizar a pensar en los poderes que administran tales calidades morales de una sociedad. ¿Es primero este dominio o aquella cualidad ético-espiritual? Difícil discernirlo aquí. No hay duda que toda época tiene sus imbéciles, como esa prensa televisiva que a la hora de hablar de espectáculos sonríe como que ‘llegó la hora de la pavada’, y en función del divertimento, todo lo que se diga en ese marco quedará justificado bajo el paraguas non sancto de la estupidez legalizada.

Entonces, la decisión de un ‘teatro inteligente’, ¿en qué contra-legalidad se sostiene? ¿En la arbitraria petición de principio de que el experimentalismo, escudado en que nadie lo entiende, es cualitativamente superior a la obviedad y el lugar común?

Después de todo, ¿cuál sería el problema de ser estúpido, si en función de que cada uno vive como quiere, queda comprendida esta condición? Con lo que la estupidez no pasa por ser un avatar más de la pringosa libertad que nos afana. ¿Lo malo radicaría en alguna forma no asumida de sub-humanidad, que si bien negada, aparece como uno de los datos determinantes para confirmar la gregaridad y el ‘estamos todos de acuerdo’? Si bien la complacencia es una de las formas no oficializadas de la estupidez, es tanto su rédito político que mejor es exponerlo como el estilo de vida que todos sustentamos, aún hasta en la ira que produce el sentir negada tal libertad. Hasta el punto de tomar las cacerolas y salir a la calle a manifestar los agravios a tamañas libertades, fundadas en las notabilísimas fuerzas operantes de la tradición y el embotamiento mental.


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