Performance y experimentación en animales
El tema de esta semana llega a las orillas de mi pantalla sin buscarlo. Entre los enlaces que se cuelgan en la red, a modo de modernos mensajes en botella dejados a la intemperie para quien quiera pescarlos, aparece la siguiente noticia: «Mujer se somete a las torturas que padecen los animales en pruebas para hacer cosméticos». Se me separan las pestañas. Quiero saber más. Klik. «…una impactante demostración pública que combinó el performance artístico (…) y (…) una enérgica protesta en favor de los derechos de los animales…». Como quizá sabrán tengo mi recorrido divido entre la probeta y el escenario, así que miro la cuestión como un perro mira un hueso humeante. El mordisco es inevitable.
Es obvio que el fogonazo del titular pretende despertar conciencias. Toca una fibra fácil de sensibilizar, pues una gran mayoría puede estar en desacuerdo con el hecho de utilizar animales para probar la seguridad de los cosméticos: no parece razonable sacrificar vidas animales para que otro tipo de animales (las personas) huelan mejor, simulen tener la piel más tersa o subrayen la línea de sus párpados. Y utilizar el arte para denunciarlo parece una acción loable. El problema aquí, como en tantas otras cuestiones, es mantener la coherencia hasta el final. Y si a este asunto se le quitan capas como si fuera una cebolla, resulta que en la segunda o tercera capa la cebolla deja de ser cebolla. A ver si me explico.
Resulta que, si uno lee la letra más pequeña de la noticia, la performance en cuestión no es idea de unos artistas concienciados por el respeto a los derechos animales, sino que está promovido por una marca de cosméticos, que proclama no hacer pruebas en animales en el desarrollo de sus cosméticos. Vaya. O sea que lo que parecía una acción artística y altruista de corte reivindicativo, está cortada por unos intereses comerciales particulares. De hecho (y aquí ya hay que indagar en otros medios que relatan la misma noticia), la performance tuvo lugar en los escaparates de la firma, con su slogan bien visible, y con fotógrafos y cámaras bien orquestadas para difundir la idea. Entonces uno se pregunta: ¿Pretenden denunciar la tortura en animales permitiendo un acto donde se tortura a otro animal (a una persona)? Pues resulta que tampoco. Aprovechando la fina línea que separa lo verdadero de lo simulado en toda acción artística, los performers y la empresa de cosméticos se las habían ingeniado para mostrar las acciones más llamativas, sin que la actriz-animal sufriese daños serios. Así, se daba la curiosa paradoja de ver a una mujer a la que se amordaza, se le rapan las cejas y parte del pelo, mientras está embutida en unas pudorosas mallas color carne para tapar su desnudez. Entre la ambigüedad de los intereses aducidos y la ambigüedad de la representación, la aparente buena intención a la que alude la noticia se esfuma.
Por si no ha quedado claro, no estoy de acuerdo en que se utilicen animales para testar cosméticos. Lo que me parece censurable es que se invoquen intereses aparentemente humanitarios para los animales, aunque parezcan lícitos, y se utilice la capacidad provocativa del arte a medias para defender intereses económicos empresariales. Pero no se vayan todavía. El asunto tiene más tela que cortar.
Es de suponer (y de exigir) que todos aquellos que denuncian el maltrato animal en el desarrollo de cosméticos, no utilicen cosméticos que se han testado en animales, lo cual requiere un esfuerzo reseñable, pues hay que verificar que desde el champú hasta la crema de afeitar que utilizamos esté libre de esa culpa, o bien renunciar a utilizarlos. Los artistas que hacemos uso de tanto cosmético estamos en esa encrucijada moral. Pero, si el tema en el fondo es lo éticamente aceptable que es la experimentación en animales… ¿Qué pasa con los fármacos? Es sabido que todos los fármacos pasan numerosos ensayos en animales antes de que puedan ser recetados en humanos, y gracias a ello su seguridad está mejor garantizada. Entonces, ¿cuál es el posicionamiento de las personas que denuncian la experimentación en animales en esta situación? ¿Renuncian a ponerse una crema para quitar los moratones o el acné (como ven la diferencia entre cosmético y fármaco a veces es difusa)? Quizás sí. ¿Renuncian a tomar medicamentos que curan la gripe en siete días y no en una semana, que es el curso natural de la enfermedad? Quizá también. Y cuando el fármaco alarga nuestra vida y mejora nuestra calidad de vida o la de un familiar… ¿Qué hacen entonces? ¿Rechazan también el tratamiento alegando que son medicamentos cuya comercialización ha sido posible después de torturar animales? Y si el fármaco puede salvar nuestra vida o la de un familiar en una situación de urgencia… ¿También rechazarían el tratamiento? ¿Hasta qué punto es admisible sacrificar la vida de un animal para favorecer la nuestra?
Como ven el debate da para más que una columna. Pero antes de cualquier reivindicación resulta ineludible situar la posición ideológica de uno en base a estas cuestiones. De lo contrario, dado que el interés comercial se puede maquillar con mucho arte, podemos vivir en el engaño de creer que estamos defendiendo los derechos animales, cuando en realidad estamos ayudando a que una empresa privada colme su ánimo de lucro.